Mi querida Big-Bang:

La BBC habla de España en términos catastrofistas. La CNN también. Me invade el mismo sentimiento de cuando un novio criticaba a mi madre en los mismos términos que lo había hecho yo cinco minutos antes, y yo me cabreaba como un mono. Hay cosas que no le permitimos a nadie, límites que uno vadea solo, vilezas que en perspectiva adquieren toda su dimensión vil y te devuelven una imagen de ti mismo bien chunga. ¿Estamos así de mal? Quizás, pero en otro idioma y con ritmo de endemoniado inglés parece más un Te Deum que la crónica de nuestra miseria en sensurround.

Hay espejos que uno no debería mirar jamás. El de la madrastra de Blancanieves, el del probador para bikinis en mayo, el de aumento a partir de los cuarenta o el de los ascensores con luces mortecinas justo antes de salir para una gran cita. Qué necesidad tenemos de que nos muestren nuestra peor cara, si ya se ocupan los años de hacerlo. El ombliguismo nos distorsiona el horror circundante, pero nos permite ser un poco más felices. Quién quiere un chute de realidad teniendo la posibilidad de viajar a Marte con un casco y unos electrodos. Arnold Schwazeneger lo sabía. Jim Carrey también. Y Alicia incluso antes de Tim Burton.

Las criaturas felices no tienen espejo, convengamos. Por no tener, seguramente no tienen una tele donde ver la BBC y la CNN. Son más de otras siglas, como LSD. Se levantan, se toman un café con doce cucharadas de azúcar, se atusan el flequillo al tacto y se suben en sus zapatos convencidas de que cada tipo con el que se cruzan por la calle las saluda o, en su defecto, les mira las piernas con admiración. Pasan de encuestas y estudios de mercado, de probadores y constataciones vanas. Son, están, allá donde les conviene. Dentro de una vitrina que las mantiene aisladas e impolutas mientras fuera el mundo acumula pelusas y polvo.

Te digo, amiga, que lo mismo dejo de encender la tele en otro idioma. Yo me sentía orgullosa de mi patria y de sus próceres hasta que aquel tipo de piel blanquecina y corbata british me dio la mañana destilando apocalipsis barato. Déjeme ser feliz, señor Smith. Nos gobierna un tipo muy seguro de sí mismo que es capaz de corregir y anular decretos en minutos, haciendo que los mercados se tambaléen. ¿No ves qué talento?. Y nos quiere gobernar un muñegote inexpresivo que apretará el botón rojo sin temblarle el pulso. Otro talento de la naturaleza que encima lleva el pelo teñido.

A partir de hoy pienso mudarme a un mundo paralelo. Seré un demiurgo, un daymon. Un ser entre la irrealidad y el deseo. No me digas que desvarío. Ni siquiera que tengo un trozo de lechuga entre los dientes. Tampoco que el bikini me sienta como un tiro. Lo mejor sería volver a las cavernas o al paraíso terrenal sin serpientes ni manzanas que valgan. Un mundo feliz. Catastróficamente feliz.