Los narcos son los últimos románticos. Dicen a las mujeres eso que todas queremos oír. Con frases de bolero o de culebrón.


Te cuidaré como a mis ojos“. (Y ella: “Nunca nadie me ha cuidado. ¡Gracias!).

El espectáculo del narcoflirteo da para un narcorrido o una ópera bufa. El Chapo Guzmán atusándose el bigote para recibir a la Bella, y obligando a los suyos a ir limpios y afeitados. La excitación de la clandestinidad. El héroe a la fuga devorando al delincuente común. El malote profesional reducido a la condición de carabina vulgaris (o fregona) . Ay!, Sean Penn, qué poco te ha lucido el papelón.Te has quedado compuesto y sin Guzmán como te quedaste sin Madonna.

Y esas promesas de amor adolescente  que no se me van de la cabeza:

-Yo te cuidaré. Eso tú lo verás cuando vengas, me tocará tomar tu tequila contigo. Como te comenté, yo no soy tomador pero contigo tomaré por el gusto de estar conviviendo contigo. Muchas gracias por ser tan fina persona. Qué linda eres, amiga, en todos los aspectos.

(El tomador que bien lo tome buen tomador será. Chapo Guzmán, te repites como el pepino. El galanteo calentorro nubla tu pericia sintáctica. “En todos los aspectos”, dices, y ahí te reconozco una habilidad muy de macho contemporáneo. Halagar el conjunto por no ceñirse a la parte. Porque Kate del Castillo está muy buena, supongo que has pensado, pero toda maciza lista, imagino, gusta de ser valorada por sus neuronas juguetonas, por su vida interior y por su corazón tendido al sol).

Me conmueve esa entrega que te ha costado la cárcel. Por una mujer has salido de tu narcocámara acorazada -una cueva llena de mugre, latas de Coca Cola y la colección de Cds de La Reina del Sur– y en lugar de empinarte al cuello de tu dama para colarle el anillo ipso facto, la pasma te ha colado unas esposas de alta gama y la actriz y su fregona Penn andan tentándose los miedos por lo que pueda pasar.

Me pregunto si Kate cayó en la red de la araña o la tendió para devorarse al macho. Si la tosquedad pueril de los mensajes de él le daban risa o incendiaban el rincón de la vulnerabilidad de toda mujer aguerrida que se cuida sola pero agradece un hombro para descansar sus miedos. Si era el vértigo de protagonizar un serial de verdad. Si ese narco regordete y sin hechuras de galán le dijo algo que tantos hombres que la amaron no le dijeron antes.

Si era pura ambición, señora mía, lo que te hizo descuidar el miedo al bochorno y soltar ese monólogo de altura:

Te confieso que me siento protegida por primera vez. Ya sabrás mi historia cuando tengamos tiempo de platicar, peor por alguna razón me siento segura y sé que sabes quién soy, no como actriz o persona pública, sino como mujer”.

Y digo yo que algo debiste barruntar del interés del mozo cuando te confesó estar “más emocionado en ti que en la historia, amiga”. Y levantó sus cartas, y tú le diste cuerda un poco más. Y él se dejó ahorcar, el pobre hombre, con esa camisa de seda que ya es un must indumentario para hipsters.

Las reglas del cortejo universal no entienden de registros, me parece. Las palabras se inflaman, las ganas van creciendo en esa levadura que es la espera. Y a veces cuesta caro, y algunos terminan chamuscados en el horno mientras afuera suena  “Quizás, Quizás, Quizás”, de Nat King Cole. Y solo permanecen las palabras. Los mensajes escritos, mal escritos, de un patán con chorreras. Y no sé si la Bella se maldice por haberse dejado cazar siendo ella cazadora. Y al pobre mamporrero llamado Sean Penn no le alcanza ni un mérito. Es el pringado universal, aunque insista, en esa foto con el Chapo donde nadie se mira, en componer su rictus de activista malote. De perdedor sin rumbo. De miranda.