La juez Alaya con su trolley

Hay conversaciones repetidas y lugares comunes que no de desgastan con el paso de los años, de los siglos, y nos aferramos a ellas como náufragos a salvavidas porque uno no puede decir cosas interesantes todo el día.

-Pues si no tienes nada que decir, no digas nada.

Hay mañanas en las que lo único que tenemos que decir es gracias por el café (se lo he dicho a Tortu, que duerme justo al lado de la cafetera), para enzarzarte enseguida con las teclas, que son de poco pedir a corto plazo. Hay días en que la mejor promesa que uno recibe es la paz. Y es inmensa, duradera y emocionante. Y da alas para atravesar acantilados en un año que arrecia duro y salvaje como una tormenta perfecta de George Clooney.

El otro día leí una entrevista con el actor en la que la periodista arrancaba buscándole defectos, como si fuera un afán imposible. Me pareció un erróneo punto de partida. Una treta de cuarta regional. Nadie piensa que George Clooney sea perfecto. Más allá de su solvente atractivo maduro, su solidez profesional  y esa forma envidiable de cumplir años sin renunciar a la rebeldía y a dar zarpazos antisistema por las calles de Nueva York o Los Angeles, el actor parece decidido a mostrarnos un catálogo de mujeres intercambiables a las que nunca jura amor eterno pero sí abundantes y trotes por alfombras rojas around the world.

Hay hombres diseñados para llevar al lado a una mujer, como un accesorio para la foto. Hay mujeres que no se hallan si no pueden apoyarse en un regazo de hombre. No pasa nada, no es dramático y no pienso caer en las redes de un discurso feminista trasnochado y trasladable porque aquí el cliché funciona en ambos géneros.

Novia fugitiva de George Clooney

A Clooney le va más la soledad, pero el starsystem se hizo al estilo del Edén, y llama a gritos a Adán y Eva para perpetuar la foto fija de un paraíso mejorable. (Adán nunca le ofreció paz a Eva. De ser así ella no habría cogido la manzana, sino que la hubiera lanzado bien lejos no sin antes golpear con ella en la cabeza a la serpiente)

Hay días en los que uno sólo tiene que decir que los discursos prefijados están para revisarse. Y lo piensa porque lleva dos mañanas leyendo en la prensa el “Yo tengo un sueño” de Luther King. Y sigue siendo bello, pero amenaza con lucir un poco desgastado por el uso impertinente de quienes deben demostrar sus convicciones sólo con palabras, como Clooney debe mostrar su ¿masculinidad? con una maciza en su flanco derecho o izquierdo, según mande el protocolo de la fama.

Hace unas semanas discutí con una amiga por una estupidez. Ella me contaba que alguien había colgado en Facebook una encendida proclama contra un titular de periódico que en lugar de Ava Gardner ponía “el animal más bello del mundo“,  y que había que protestar enérgicamente por ello. Le dije a mi amiga que me parecía una boutade a estas alturas luchar con un cliché cincelado hace décadas. Que encuentro más práctico arremeter contra quienes se dedican a glosar el cuerpo y los looks de la juez Alaya cada vez que entra o sale de la Audiencia de Sevilla.

La juez, por cierto, hace el paseíllo sola, sin más compañía que un trolley atiborrado de papeles, imagino. George Clooney debería saber que el mejor atrezzo para un hombre, para una mujer, es su pasión más íntima y que ese no le abandona por falta de entrega, como esas chicas cada vez más jóvenes, cada vez menos refinadas, que duran lo que un flash a la puerta de un estreno.

Y a las que me temo que el imperfecto George no les ha prometido la paz, si acaso una palabra desgastada y un apretón en la cintura, a pocos centímetros del lugar donde ésta pierde su casto nombre… minutos antes de despedirlas en la puerta de sus casas como a Cenicientas tristes sin zapato de cristal. (¿Habrá que revisar el malévolo machismo de los cuentos?)