El guerrero del antifaz

De todas las virtudes sobrevaloradas, la prudencia es la más aburrida.

No conozco un hombre prudente al que me hubiera gustado besar. No es sexy estar siempre atento, dejar de mover ficha no vaya a ser que… No creo que ninguna gran gesta de la humanidad se acometiera sólo con elevadas dosis de prudencia. O lo mismo sí, pero no me acuerdo.

A un prudente me lo imagino siempre apostado en un recodo del camino, observando sin pestañear lo que hacen los otros para sólo después tomar una decisión que debe quedarse corta mejor que larga. Porque el prudente es enemigo del exceso. De sacar los pies del tiesto. Entre lanzarse al vacío y chapotear en una orilla elige lo segundo.

El prudente tiene algo de voyeur. Y yo detesto a los mirones.

Un prudente va siempre armado con un metro, una balanza, un sismógrafo y todos los instrumentos de medir que sea capaz de acaparar (con suma prudencia, sin molestar a nadie). Antes de mover un dedo ha hecho mil cálculos y aproximaciones en su cabeza, y si no le da un resultado exacto elige quedarse quieto como una estatua de mármol.

Se puede ser moderado, reflexivo, sesudo, meticuloso y hasta obsesivo compulsivo. Pero sólo con prudencia no se cambia el sentido de la historia ni se estremece a una mujer.

Zoraida, mi heroína

Luego están esas asociaciones inevitables: el prudente taimado, ladino. Que nunca te muestra sus cartas, que nunca te dice toda la verdad. Que gana fichas al dominó sólo porque tú las pierdes,  como los políticos mediocres ganan las elecciones. Es ese que te da la soga para que te ahorques y espera a pasar luego a por el cadáver con el coche de la funeraria.

-Era un hombre de una sola pieza (otra virtud sobrevalorada. No le veo la gracia a un puzzle de una pieza. Vamos, que no es puzzle sino monolito).
-Y tan prudente…

Me gustan los arriesgados, los que se la juegan aunque sea una vez en su vida. La única condición imprescindible para el arrojo es la inteligencia. El tonto lanzado no interesa, aunque a veces conquiste la gloria. El que piensa rápido y luego da el salto asumiento un porcentaje de fracaso es mi héroe y no sé por qué me ha dado por pensar esto esta mañana. Puede que porque he soñado con  El Guerrero del Antifaz, ese cómic de mi infancia que mi padre nos compraba los domingos y leíamos por turnos después de un desayuno con huevos fritos y picatostes (palabra viejuna, tal vez una imprudencia lingüística temeraria).

El mi cómic el malo era Ali Kan, y la amante paciente doña Ana María (que, el colmo de la truculencia, se quedaba embarazada de un tipo disfrazado de su amado con un antifaz, la muy tonta). Así que Ana María la prudente pagaba con su virtud, mientras que Zoraida, la mala oficial, era sexy y arrojada y nunca le perdoné al protagonista que no se fuera con ella. Al parecer había jurado lealtad a la otra, con la que después tuvo un hijo llamado ¡¡¡¡¡Adolfito!!!!

Ana María

Algunos llevan en su pecado su propia penitencia. La prudencia no engendra hijos, diría no sé quién.

Y, por si no os he convencido, os dejo con Baltasar Gracián, ese tostón que en “El arte de la prudencia” anumera estos condicionantes tan arrebatadores:

Saber apartarse. Saber adaptarse. Saber esperar. Saber negar

Irresistible, ¿verdad?