¡Pobre Valerie Trierweiler, corriendo por el pasillo del Elíseo cargada de pastillas para fingir un suicidio y conseguir retener al hombre a su lado!. Imagino lo desesperada que debía estar la pelirroja para montar el lío mientras Hollande -ese hombre que debe guardar un atractivo irresistible bajo su aspecto de hastiado cobrador del Metro o jefe de expedición de scouts- se la pegaba con una rubia muy por encima de sus posibilidades.

Uno no empatiza de entrada con las histéricas, pero sí con las cornudas. Seguramente Valerie cruzó la línea del “tenemos que hablar” el día que arremetió contra Segolene Royal -la morena, bella y fría ex del cobrador venido a Presidente- con un sms incendiario. Uno no empatiza con las mezquinas torpes, pero entiende la lengua insaciable de los celos. La Pelirroja era una granada de mano a punto de estallar y había demasiadas mujeres azuzando el avispero. Rubias, morenas… ¿castañas?

A Valerie le sentaba mal ser la víctima porque esa condición no hace juego con su color de pelo (ver “El Hombre tranquilo“, esa joya de John Ford al respecto. O alguna de las pelis de Katherine Hepburn con Spencer Tracy, ese otro amor imposible que duró toda la vida). Así que se ató al teclado y se lanzó a escribir, febril como el Quijote, un libro que reserva la ironía para el título “Gracias por el momento” y vomitó en su interior una papilla de rabia, ira, venganza y dolor. Mucho dolor.

Pobre Valerie, tan lista y tan vulnerable. No entendiste que bastaba con imaginarte desnudo al cobrador, rechoncho y con la popularidad más baja de la historia de un presidente francés– frente a un ejército de ninfas descojonándose (con perdón) para sentirte un poco mejor tú. Tan contundente en bikini y con pamela, tu melena al viento y esa fortaleza que disfrazas de debilidad a golpe de somníferos. Has perdido una gran oportunidad de callarte y esperar a ver pasar el cadáver político de Hollande bajo tu ventana.

Si a los políticos españoles se les cae el tenderete por la codicia, el francés es más de frecuentar la lujuria versallesca. Miterrand, Strauss-Khan, Giscard dÉstaing o Chirac son algunos ejemplos recientes. Y el precursor de todos ellos, Napoleón (bajito y feo como Hollande). Impetuosa Valerie, no sabes la suerte que tienes de haber salido de ese puticlub con dorados como ya salió en su momento Cecilia Ciganer. Lástima que no hayas podido sujetar los dedos, porque ahora que nos has contado que el defensor de los desfavorecidos los llama “los sindientes” en la intimidad -sin duda la confesión más dañina de tu libro- tus ataques de celos y tu desabridos manotazos vestida de Dior resultan irritantes. Incluso para nosotras, tus aliadas de género.

Oscuro objeto de ¿deseo?

De rubia a pelirroja: déjalo estar. Frecuenta a tus amigas. Duerme con pastillas, si procede. Lee a Baudelaire. Sal a correr. Llora tres piscinas olímpicas. Sécate las lágrimas. Lleva el tinte a punto. Date unos caprichos absolutamente innecesarios. Píntate los labios. Escribe bonito. Y espera a ese día en que por primera vez despertarás sin que Hollande se cuele en tu cabeza. Ser primera dama es una merde, ya lo sabes, si en realidad eres la segunda, la tercera o la cuarta. Tú y tu melena roja mereceís el lugar de honor. Sin aspavientos ni numeritos de vodevil sobreactuado. La verdadera grandeur, ya verás, aunque ahora te cueste creerlo.

(Qué necesidad tenías de armar el lío, so boba?).