Invento un término en la playa para las breves gorduras que rebosan el bikini: “mondongia“. Me inspira Lorrie Moore, mi admirada cuentista a la que no puedo tomarme más en serio. Aparece de pronto desde el mar un hombre conocido, betún y flaco que hace poco reventó los telediarios y al pasar mira con aparente desinterés, apenas deslizando su mirada de halcón,  los bordes mondongiales y mi libro “Gracias por la compañía”. Yo lo miro a él, que progresa fugaz por mi estribor, y contengo el impulso agitado y violento de seguirle.

Gana Lorrie. De momento dos relatos, que me gustan pero no consiguen provocarme esa respiración contenida, tensa, asfixiada,  de “Pájaros de Nueva York”. Aunque reconozco su pulso, su ironía al borde del cinismo y ese tono frutal donde lo cotidiano es categoría y las parejas son afanes inútiles.

(Si me preguntaran: ¿Qué tres libros te llevarías a una isla? uno de ellos sería “Pájaros de Nueva York”. Ha resistido las relecturas sin desgaste. Otro, las memorias de Stefan Zweig. Y el tercero el mío,  a punto de salir,  por si un día la memoria se me funde como plomo hirviendo y necesito recuperar mis palabras rugientes del naufragio).

Ayer cerveza fría y pies al aire, con las uñas bien rojas, estandartes, me pareció que la verdad no está al alcance de un bañista. Las dos versiones de un caso, señoría, son contaminadas y líbreme dios de sentenciar al reo ni a la víctima. Sobre todo cuando no está claro quién es quién. La letra de la ley, el peso de la duda. La mondongia desafiando la espuma de la orilla. Una pared embadurnada de algas, tierra oscura. Un presunto culpable o inocente y una presunta delgada, frente a frente.

Lo único absoluto era mi Lorrie. El aire de salitre. Las papas arrugadas.  “No era bueno pensar en el uso de las velas del dormitorio de una mujer que te acaba de bajar la bragueta”.

Una mujer que te baja la bragueta es una diosa. Aunque la del relato titulado “Muda”, que en realidad se llama Zora, te cae fatal. Es una de esas locas que hacen daño y luego se acuestan con su hijo, a carcajadas. Pero cuando conquistan burlonas la bragueta de un hombre todo queda en suspenso, y son manos y boca de yodo y de tormenta. Y hay mucha contundencia en esa imagen, y la dejas estar y hacerte un eco que provoca el deseo, las ganas de un relato que ya has escrito en sueños sin saberlo.

Y antes de bajar una bragueta, loca mía, convendría subir al corazón, escarbar el cerebro. Saciar algunas hambres, curiosear a gusto.  Beber un trago largo. Comer algo picante, que te abra los pulmones. Observar al presunto, que se aleja mojado, moreno, casi negro, rígido de trazas, escurridizo. Meter tripa, aniquilar mondongia. Zambullirte en el agua, calima terciopelo.