Lo más curativo es el amor, el humor y la creatividad». Patch Adams.

Las mejores fórmulas suelen ser las más sencillas. Tras una noche larga e insomne busco buenas noticias en la prensa digital y entre esa maleza inhóspita del ébola, las VISAS opacas o los zombies de The Walking Dead me sale al paso este médico clown cuyo nombre me suena por una película que no vi nunca de Robin Williams. Vaya por delante que no me gustan los payasos en general, y hasta pueden aterrarme como a Cameron, el gay gordito de Modern Family (novio de Charlize Theron en la vida real, dicen que la hace reír). A mí el tenderete de Patch Adams se me tambalea cuando estoy maldormida. Así que me permitirá añadir “sueño” a su triada ganadora.

Ayer mi amigo R. me confesó al teléfono (en nuestra conversación programada) que se siente despistado. Como es de esos hombres que hablan de sentimientos sin tener que apretarles el torniquete, esperé a que desarrollara su idea, pero la desazón parecía impedirle ver el bosque y repetía “despistado” una y otra vez. Necesitaba, me confesó, volver a sus lecturas. A esos ratos de soledad con libros y reflexión. ¿El trabajo? “bien” ¿La salud? “Bien”. Pues entonces no podemos quejarnos demasiado, amigo…

Dos o tres días atrás otro amigo, J.M, también catalán,  me había hecho el test de las tres preguntas y cuando le respondí “bien” a dos de ellas y él a mí lo mismo, sentenció: “Pues entonces no nos podemos quejar”. En breve viajaremos juntos y no veo el momento de compartir su optimismo y su deslumbrante inteligencia creativa, tan saludable como mi paseo ayer con M.J, esa amiga que huele cuando alguno de los tres ingredientes de la felicidad se tambalea y me hace ver la suerte que tengo.

No nos podemos quejar. En absoluto. Los insomnes ocasionales hemos aprendido a desdeñar esos pensamientos tenebrosos que nos asaltan en la madrugada, pero es un ejercicio de voluntad tan duro como levantarse y hacer, pongamos, un centenar de abdominales. “Todos tenemos un punto débil, me decía ayer mi amiga, y con ese tenemos que aprender a vivir”. Y luego, para compensar, están las fortalezas, que conviene poner por escrito para que no se olviden un lunes derrengado y con cuerpo de afterhours: la pasión por los libros, la cerveza Mahou en compañía (y a veces sola, a lo Sue Ellen),  la escritura temprana, Aretha Franklin, Calamaro, Bach y el fado, el Rothko de Abelló, la paella para cuatro, el sofá con peli para tres,  el éxtasis tras la carrera. El humor…

Tienen razón mis amigos, y también ese payaso activista. No nos podemos quejar. Y ese es mi mantra de hoy, lunes. A ver si consigo mantenerlo cuando el cuerpo se queje y pida una cama de urgencias sin los virus amenazantes del desaliento. Esa enfermedad…