Todas las semanas salgo del mismo despacho, tengo delante un largo y solitario pasillo gris con tubos fluorescentes mortecinos en el techo y dudo de si debo encaminar mis pasos a la derecha o a la izquierda, temerosa de que en cualquier momento aparezca el niño con triciclo de “El Resplandor” o una zombi llena de musgo y recién salida de la bañera.

Debe ser algo del lóbulo temporal o del oído. Nací desorientada y si aprobé el carné de conducir fue porque el examinador me iba diciendo “de frente” con voz firme. Cuando sales a la calle sin coordenadas precisas cada trayecto es una aventura. Como subirte a una noria y al bajar sentir ese mareo familiar acompañado de un encogimiento en el estómago que te advierte con naúseas que ese también ha sido un error.

Prueba y error.

Así vivo entre pasillos que no me llevan a ningún lado, donde tengo un 50% de probabilidades de acertar. Pero también cuando improviso una receta de cocina y procedo de oído hasta que el comidista extiende sus alas y se persona en mi auxilio para reparar el estropicio. ¿Qué tenemos hoy de comer? “Pollo desorientado con castañas”.

A veces no querría ser esa maciza de piernas infinitas y prodigiosa cintura de avispa, sino una mujer brújula que encuentra el camino más recto para unir dos puntos. Me cansa salir de casa y sobresaltarme porque no encuentro el coche. “Me lo han robado. Fijo que esta vez me lo han robado”. Y el susto es siempre mayor que el alivio al encontrarlo en una calle que juraría nunca pisé.

Empiezo a tener la certeza de que los tiempos revueltos se manifiestan en laberintos endiablados.  Mi vecino de enfrente, un veinteñaero guapo y listo que opositaba, acaba de encontrar trabajo de carnicero en un Mercadona y es feliz porque ya no se va al exilio. Lo miro y encuentro a un desorientado. Exiliarse a cualquier lugar del mundo se me antoja mejor destino que cortar chuletas bajo la atenta vigilancia de una señora porculera que te va indicando el grosor con las manos y te orienta suspicaz y firme como el profesor de la autoescuela al llegar cada rotonda.

Ya que la crisis agudiza el ingenio, allá va mi propuesta para la creación de empleo: “Se ofrece orientador para mujeres mareadas.  Iré a buscarla, amor, cada mañana, la tomaré de la mano y desayunaremos en un bar distinto cada día. Después la llevaré a su trabajo, la besaré apasionadamente en el portal y, un día a la semana, la acompañaré a ese pasillo gris  donde no por mucho madrugar amanece más temprano. Prometo serle fiel en el asfalto y en el vértigo…de Norte a Sur y de Este a Oeste. Nunca más volverá a deambular sola“.

A veces uno sólo quiere que le digan hacia dónde tirar y abandonarse. Hasta que pase el temporal y los otolitos salgan de su letargo y hagan su trabajo como solían. De sol a sol.

Seguro que esto también lo Sostiene Pereira…Bye Bye querido Tabucchi. Espero que hayas llegado sin sobresaltos a un bosque de letras con carteles claros y precisos.