“Las mujeres y los independentistas siempre queréis más”

La frase me hizo reír mucho, la verdad. Tiendo a apreciar los chistes machistas en lo que valen y las boutades inteligentes delante de un tartar de atún son como el wasabi. Un punto, mejora el plato. Si te pasas se te salen los ojos de las cuencas. Una es mujer y pedigüeña, imagino, y hoy sólo aspira a que los virus abandonen su cuerpo como Satán en un buen exorcismo y se vuelvan por sus fueros a otra morada proclive al contagio.

Claro que el sentido del humor va por barrios. En mi familia nos caracterizamos por reírnos de todo, incluyendo las desgracias (las propias, especialmente). Es una especie de tubo de escape genético y desconcierta a los que no son de nuestra sangre, que nos tachan de crueles o directamente de hijos de puta. Ya he contado, creo, el día en que íbamos por la huerta valenciana, perdidos en el coche, y cuando después de hora y media nos cruzamos al fin con un ser humano y mi padre le preguntó por las coordenadas geográficas, resultó ser un traqueteomizado que parecía un robot al apretarse el agujero de la garganta. Mi madre, mis hermanos y yo nos retorcíamos de risa en los asientos. Mi padre nos echó una bronca monumental cuando el pobre hombre desapareció entre naranjos. Evidentemente no nos reíamos de él, sino del absurdo de la situación. Pero entonces Muchachada Nui no existía para redimirnos.

Ignoro si aquel valenciano era nacionalista y si maldijo a aquellos madrileños sin GPS que en los ochenta viajaban apretados en el Peugot verde clarito. Pero de ser nacionalista y mujer, habría pedido algo inalcanzable sin duda. ¿Venganza che?.

Muchachada Nui

“Pedid y se os dará” (Mateo 6:9-13) Si lo dice la Biblia, ese gran cuento, habrá que hacerle caso. Si uno deja de pedir obliga al otro a que lo interprete, y entrar en el terreno de la magia es como pisar arenas movedizas. “Las mujeres pretendéis que os adivinen“, me dijo una vez un hombre, a priori nada machista, a lo que contesté “y los hombres que os demos un manual de no más de diez instrucciones, sencillito como los del Mac de Apple”. Con eslóganes así  de tontos así se cimentan algunas “verdades universales” sobre  las relaciones de pareja y a veces devienen programas de televisión caspa que mi adolescente ve a escondidas y se troncha (por lo que os contaba de los genes).

Ayer mi amigo B. y yo comentábamos por wasap nuestros respectivos devenires vitales y me recomendó leer el artículo de Jordi Soler,La independencia radical“, en El País. “Te descojonas”. Tenía razón. Reproduzco un párrafo:

En Cataluña, la independencia y
las horas comparten el mismo principio de irrealidad, no lidian con el
tiempo presente, como se hace en la mayoría de los países; mientras en
Madrid, o en México, o en Nueva York o en París, se lee “la una y
cuarto”, “quarter past one” o “une heure et quart”, en Barcelona la
misma una y cuarto se lee “un quart de dues”, “un cuarto de dos”; no se
suman minutos a la hora: se anuncia una fracción de ese tiempo que
todavía no existe. Las dos de la tarde y la independencia son más
cómodas a lo lejos
“.

La independencia y las mujeres pedigüeñas son más cómodas de lejos. De cerca enredan, hacen ruido, alborotan y zumban los oídos, porculeras.  Eso sí, la primera se desactiva cuando alcanza su objetivo. Las segundas cuando callan y, al dejar de pedir, dejan de necesitar. Y sin bandera y sin afán se lanzan a la huerta valenciana a hincharse de naranjas y de sol. Y de amigos que, como mi querida A., vienen a verte y a tomar chocolate caliente una tarde de domingo y se disfrazan de hawaiana con tu hija y se marchan a las ocho y cuarto, hora nacional, después de haberte alegrado la tarde y un poco antes de regresar al abotargamiento pidiendo tregua y un libro hasta que el sueño haga de las suyas. Un cuarte d once, aproximadamente.