Mi querida Big-Bang:

Huele a primavera, aunque aún no se deje ver. Se anuncia como esos perfumes que dejan una estela espesa en el ascensor. Y nos alborota. Me gusta perseguir las señales como los indios siux de las películas que ponían los domingos por la tarde. A esa hora mi padre se levantaba de la siesta, cortaba un limón, le clavaba en el centro un caramelo de fresa y se pasaba la velada con John Wayne chupa que te chupa, sin compartir.

Lo del huevo frito era otro cantar. Mi madre le hacía dos, los domingos por la mañana, y él nos daba a cada uno lo que se venía llamando “una mojadita” de pan con yema. Nunca jamás me ha sabido tan rico el huevo frito, acompañado siempre del nuevo fascículo de El Guerrero del Antifaz, Mortadelo y Filemón o Jabato Color. No, no es que me haya levantado más abuela Cebolleta que otros días, es que los pájaros por fin empiezan a piar antes que el sol dé señales de vida, y hay brotes en los prunos (así se llaman, según mi portero), y las asmas, urticarias y alergias han cogido carrerilla para despertarnos a la estación más alborotada, más venenosa, vibrante e hipocondriaca.

Peligro, las intenciones andan desatadas. Y el mundo, en general. Libia es un polvorín, Japón se ahoga en la marea y nuestros candidatos andan en campaña con sus discursos mendaces y mal articulados. Ayer sentí bochorno al escuchar a cierto portavoz de la derecha esbozar una ironía que terminó siendo una patochada con errores sintácticos. Era el muñeco de un ventrílocuo ronco que se desgañita y enrojece de garganta para arriba. Luego salió su contricante y lanzó veneno con tanta ira que parecía un alacrán a punto de clavarse su cola. La siguiente noticia regresaba al peligro nuclear, al tsunami. El contraste parecía una broma de mal gusto. El experimento de un DJ que mezclara ópera con bakalao.

Lo bueno de la primavera es que no entiende de catástrofes. Brota, y ya está. Entonces los divanes se llenan de desequilibradas con mechas, de insomnes, de gente con picores que busca un bálsamo. Una fórmula magistral para entender tanto estallido simultáneo. Yo lo tengo claro: doblaré mi dosis de Atarax, esperaré la llegada del Guerrero del antifaz y, mientras viene a rescatarme, trataré de practicar el melasudismo dos o tres veces al día. No quiero que me suban las pulsaciones de 80. Y además, ahí fuera el espectáculo merece entrada de palco. Suena Albinoni allegro molto vivace. Bye, bye, invierno despiadado.