¿Por qué ser feliz cuando se puede ser normal?” es el título de un libro de Jeanette Winterson que  cita Ángel Gabilondo  en su libro El salto del ángel (Aguilar). Y sigue: “Esta palabra (normal) no sólo ha de ser descrita, merece prácticamente ser desenmascarada”.

Leí “La Pasión”, de esta escritora “británica y postmoderna” (según la Wikipedia, vaya usted a saber), y me decepcionó profundamente por su endeble calidad literaria. Pero lo mismo yo estaba equivocada y esperaba un tratado serio sobre el tema, y no un folletín vulgar del que lo más sobresaliente que recuerdo era una frase que venía a decir algo así como: “No se puede arrancar el corazón y envolverlo en un trapo, llevarlo a la casa de empeños y abandonarlo allí, hasta que lleguen tiempos mejores”. Y vaya si se puede, querida Jeanette la postmoderna. Lo hacemos todos los días para que no nos duela.

Leo cada día un fragmento escogido al azar del libro de Gabilondo y a veces tengo la sensación de que se dirige a mí como los ojos de esos cuadros de los reyes de los cuadros de Velázquez en el Museo del Prado que te miran aunque te muevas. Lo bueno de tener múltiples taras es que cualquier consejo da en la diana. Yo subrayo y agradezco. La calma, por ejemplo, es un bien preciado para los que la invocamos poco y nos pasamos cuarto y mitad de noche en vela, como el libro de Gabilondo entre una montaña de libros que no son tan prescriptores pero dar calor cuando la luz se apaga. (“La calma puede ser extremadamente transformadora y eficaz. Pero no
nos cuesta encontrar supuestas razones o coartadas para perderla” (Sí, a ratos Ángel Gabilondo se parece a Rudyard Kipling. Nadie es perfecto)

Ayer inicié la redacción de mi lista de deseos/necesidades 2014:

-Dormir mínimo 6 horas

-Besar y ser besada todos los días

-No tener que estar preocupada por el estado de mi cuenta corriente. Ni por exceso, ni por defecto.
-Escribir y leer todos los días
-Hacer deporte regularmente
-Seguir disfrutando de meterme en la cama el día que cambian las sábanas. O el lujo máximo que sería de cambiar las sábanas todos los días (una catástrofe medioambiental también, sí)
-Aprender algo de lo que no sepa nada, nada.
-Contratar a un duende diligente que me gestione las intendencias molestas (citas médicas, abastecimiento de despensa, pliegos de descargo, multas y demás batallas administrativas)
-Fumigar a los pocos tóxicos que se me acercan.
-Quedarme un rato más con mi adolescente por las noches.
-Someter a mis impulsos a una moratoria de no menos de 48 horas (un periodo de carencia, como el de los seguros médicos)

Y a esta lista añado un propósito gabilondiano: “Desesmascarar a la normalidad“.  A ello voy. Deseadme suerte.