No sé si “Her“, Oscar al mejor guión original 2014,  es la respuesta a “Lost in traslation“, como se dijo anoche, pero sí que me estremeció mucho más que “Gravity“, la gran ganadora y la que aman los hipsters sobre todas las cosas porque ven lo que tú no ves  (y pobre de ti como te atrevas a decir lo contrario).

En las dos se desencadena una tormenta de soledad. Pero la de Sandra Bullock no te da ninguna pena porque al fin y al cabo se lo pasa pipa flotando en el espacio con sus mohínes de angustia encadenados y de cuando en cuando se le aparece George Clooney para animarla.

O sea, que nueve de cada diez mujeres y no pocos hombres se dejarían pulverizar por un meteorito a cambio de una charla delirante con el espíritu de George.  Pero al pobre Joaquin Phoenix -ese actor que amo y que siempre parece que le aprietan los zapatos- le da calabazas hasta su sistema operativo. Una mujer perfecta que es sólo una voz sensual, la de Scarlett Johanson, y que representa el amor ideal para algunos. Ese que dispara el ego, excita la testosterona, te comprende, te ríe la gracia y no exige más que un rato de conversación o un polvo rapidito extracorpóreo si es requerido. Una pareja que puedes enchufar y desenchufar a tu antojo, que te permite soñar y que no cuestiona las debilidades de tu hormigón armado (o desarmado).

La fantasía del onanismo sentimental y social de los tiempos, tan verosímil que asusta.

Invocando a George Clooney

Hay dos placeres que frecuento cuando viajo porque se salen del guión: comprarme zapatos e ir al cine. El sábado mis amigas y yo decidimos dar tregua a nuestros pies cansados y nos metimos en “Her” – “es de Spike Jonze, el de Cómo ser John Malkovich, esa joya excéntrica, y de Joaquin Phoenix, el de “Two Lovers“, las animé- , no sin antes sortear a duras penas la cabalgata de carnaval decadente de una ciudad que se queda en pelotas cuando da la espalda a su patrimonio histórico artístico y a las tapas del Barrio Húmedo.

(Un inciso: Entiendo que competir con la catedral más bella que he visto y con la deliciosa morcilla leonesa no es tarea fácil, pero lo del MUSAC, con todos mis respetos, se me antoja un bluff pretencioso y demasiado cerca de ese esperpento arquitectónico que es el edificio central de la Junta de Castilla y León. Al pobre Parador de San Marcos, aledaño, lo dejan más solo que a Sandra Bullock en Gravity y se defiende como puede con un museo helado y vacío al que la vigilante, aburrida, nos animó a pasar: “Venga, chicas, que es gratis”).

Ya en el cine olvidé en cansancio y me concentré en los vaivenes del protagonista y su chica sin cuerpo. Me pareció que estaba muy bien contada la progresión del enamoramiento. La fantasía que caldea los inicios y convierte al otro en lo que uno necesita. El pánico cuando sobreviene el vacío y se instala la realidad. La aceptación, la calma, la felicidad sin altibajos, el batacazo, la tristeza… Tejido con pulso delicado por un director que jamás cae en la vulgaridad y que provoca lástima por ese hombre al que sólo la compañía humana, imperfecta y mucho menos sugerente que Scarlett puede redimir.

Spike Jonze

Al final lo que cuenta la película, que me perdonen los hipsters si no es eso, es que las relaciones reales son imperfectas, pero reales. Que hay que sudar, bajar al otro del altar de la ilusión al de real life. Permitir que se vaya, que vuelva, que no te considere un héroe ni una heroína, que te escuche si despiertas de madrugada y hace frío,  que en caso de tormenta de meteoritos confíes en que se aparecerá como George Clooney en la nave y te dará oxígeno para sobrevivir un rato más. Pero no será George, ni falta que hace.

Y que las pasiones desatadas en esa otra realidad virtual a menudo resultan espejismos que cuando se evaporan te dejan más solo y abatido que al pobre Joaquin Phoenix, y peor vestido (glorioso estilismo, por cierto). Y que entonces toca llamar a la puerta de la vecina y abandonarse en su sofá, a su calor. Lo que vienen siendo la vida y sus contornos.