Que los libros abrigan es una constatación. Nada en contra del Kindle, pero no he caído entre sus fauces porque soy de condición friolera, porque me gusta tocar el papel y escribir lo que pienso en sus orillas como una graffitera macarra casi tanto como encontrar un libro subrayado por otros. Porque no ha habido lugar ni ocasión. O no sé…

Ayer por fin fui a ver “La Librería”, de Isabel Coixet,  después de algunos intentos fallidos. El  día anterior lo había programado, pero las “aboteprontistas” tendemos a distraernos con cualquier hilo que cuelgue. En mi caso me enredé con mi compañía telefonica en casi una hora de conversación obtusa y desabrida con tres de sus profesionales. Tuve suerte, uno parecía entenderme. El resto eran de otro planeta y hablaban tan despacio y tan vacío  que se me iba el pensamiento hacia mi librería. O sea, que los libros además de abrigar te dan una sólida coartada contra el absurdo.

Al fin ayer decidí no llamar a nadie para gestionar nada a partir de una hora prudencial y fui a ver la película.

Los augurios no pudieron ser más prometedores. En el cine Verdi, que ha suprimido a las taquilleras y ahora vende las entradas en el mismo bar donde las palomitas a 5 eurazos, escuché una conversación entre un hombre y una mujer a mis espaldas.  Él decía: “A mí me gustan los efebos, pero a vosotras las mujeres de entre 45 y 50 os encanta George Clooney. Esa prestancia y apostura de varón clásico…Aunque luego soléis iros más con los jovencitos, como hago yo”.

Reconozco que me dieron ganas de darme la vuelta y entrar en la conversación, decirle al señor – su tono era de señor mayorcito y sin ninguna pluma- que como señora en esa franja de edad a la que le gustaba George Nespresso no me palpitan las sienes cuando lo miro, pero mi desinterés por los efebos es aún mayor. Que si debo preocuparme por no sentir ese ardor por las musculaturas firmes y las dentaduras originales…Al darme la vuelta comprobé que era un señor de más de sesenta con una mujer de mi target. Parecían un matrimonio largo y apacible que sale los jueves. Me gustó esa ruptura de esquemas y prejuicios. Me compré regaliz rojo, ese pecado culpable.

Bill Nighy

 La película cuenta una historia pequeña y conmovedora. No es nada pretenciosa, se recrea en los detalles que importan y tiene una textura de esos verdigrises tan british que me encantan. Hay diálogos memorables en los que no sobran palabras. Hay una relación poco convencional y vibrante entre un hombre y una mujer que no empieza ni termina como las de las comedias malas. Hay un papel pintado que podía haber salido de las manos del virtuoso  William Morris (imprescindible su expo en la Juan March) y unos tonos empolvados que le dan a la película una solvencia visual absoluta y al servicio del relato.

Creo que la película va de menos a más. Que igual sobran los planos de ensoñación por el marido muerto y el excesivo histrionismo del amigo traidor. Pero son detalles que no ensombrecen una historia potente con un casting prodigioso y una música que te mete en los vericuetos de un pueblo inglés con todos los defectos del provincianismo pacato. Creo que la historia de Mrs Green es la de una heroína, y quiero ya que mis hijas vayan a verla y entiendan que hay modelos de mujer que no se parecen nada a la ñoñería que puebla las películas diseñadas para atontar adolescentes. (Y su fondo de armario es tan perfecto y coherente y rebonito que espero que -además de otros- se lleve el Goya al vestuario)

Y, por supuesto, me enamoré de ese hombre que se parece a John Berger (a quien la directora dedica el filme) y cuya presencia lo llena todo. Se llama Bill Nighy y en casa lo vemos cada Navidad cuando toca la noche “Love Actually“. No es un efebo, me temo. Es un pedazo de tío sin edad que mueve un músculo de la cara y se caen uno o dos edificios. Desconozco cómo anda de piezas dentales, me impone su conjunto y siento celos de Florence Green y de esa secuencia de ambos en la playa invernal. 


La Librería” es cine europeo del bueno. Carece de ese defecto tan español de contarlo todo, de esa tentación de llenar las películas de chicos de la tele como garantía de taquilla. Habla de amor y de libros, de cómo las buenas historias abrigan aunque en tu sótano haya un charco de agua helada. Habla de que las mentes abiertas dejan que pase la corriente, y las cerradas apestan aunque lleven vestidos tafetán en turquesas pasados por talco y se pinten los labios de rouge vivo.


Gracias, Isabel Coixet, por acercarnos a una heroína. Tengo un libro de Penelope Fitzgerald por leer, ahora me urge hacerlo. Creo que también volveré a tus “Cosas que nunca te dije“, esa película valiente y tan distinta de lo que estábamos acostumbrados a ver entonces. Hacer buen cine español internacional era eso…

(Ayer jueves la sala estaba semivacía, pese a que sólo un día antes Isabel Coixet había conseguido 12 nominaciones a los Goya.  El cine sin taquilleras huele a trágico destino. ¿Qué será de nosotros si dejan de venderse palomitas?)

PD. Aunque he puesto hijas en el título creo que es una película para todos. Pero me encanta que la heroína no sea una mujer del cliché guapérrimo, intercambiable y vulgar de tantas películas. Coixet siempre elige mujeres con alma y con cerebro, y eso la honra)