Mi querida Big-Bang:

La planta de hogar de El Corte Inglés de Sol es el antídoto perfecto para una resaca de “Animal Kingdom”. Esa película australiana de la que uno sale con el hígado pateado y la sensación de que ahí fuera rondan el mal, los tiros a bocajarro y los picos de heroína. Ver un peliculón a ese precio se me antoja caro, carísimo. Pero las figuritas LLadró pintadas a mano y en degradé son el penúltimo grito en la cuarta planta. La evidencia de que entre los brazos de porcelana horríbilis de una bailarina nada malo puede ocurrirte.

Si el cine te lleva al kitsch, asegúrate de que las tazas de porcelana Vista Alegre estén al 50%. Y así andábamos J., el moderno, y yo, cuando sucedió lo peor: un encontronazo con un viejo amigo que no daba crédito. “¡Qué hacéis vosotros aquí???”. Cuando yo iba a decir que un estudio antropológico sobre el mal y la loza, va J. y suelta, con sorna: “La lista de bodas”. El hombre seguía sin dar crédito, y se le iban los ojos ora a los candelabros de plata, ora a las minibutacas de gomaespuma en los alegres colores del parchís.

Sí, nuestro pedigrí de enterados mega cool acababa de evaporarse de un plumazo. Este encuentro debería haberse producido en ARCO, no en un centro comercial iluminado con fluorescentes donde siguen vendiéndose boisseries como las de los Alcántara y copas de vino con la peana azul eléctrico. Además de gitanillas para el televisor y colchas con flecos.

“Pues estamos intentando quitarnos el mal-rollismo de la película con una vajilla Villaroy Bosch”, murmuré encogiendo el cuello como un avestruz pillada en un renuncio. Y lo siguiente fue una conversación banal sobre el ajuar y sus conjuntos, la violencia y el cine que uno tiene que ver cuando carece de vida interior y tiene el estómago sensible. “Me temo que hoy sólo admito una de Hanna Montana”, dije cargada de razones. “Al menos, la mujer sólo tiene que debatirse entre el top rosa y las mechas castañoscurocasinegro”. Y, según lo decía, entendí por qué los niños eligen a Bob Esponja y los adolescentes a Los Protegidos. Porque la nada con azúcar rosa anestesia las sensaciones de una real life donde los malos arrastran a los buenos de un reino animal cargado de tenebrosas intenciones.

Te dejo, que debo decidir dónde coloco la pastorcita Lladró que compré al módico precio de 230 euros. Me he propuesto convencer al mundo que es lo más moderno, el último grito. Un revival contra la naúsea y la oscuridad, con su ovejita al lado, a conjunto. Ya sólo me falta un chute de “Sonrisas y lágrimas” y el domingo volverá a ser el día del Señor. Con la venia de María Ostiz.