-Cuál de los tres votos -pobreza, castidad y obediencia- te costaría más respetar?
-La obediencia.
-¿Y a mí?
-Ja, ja.

Este es el tipo de conversaciones que desencadena “Ida“, magnífica película polaca que vi ayer y que cuenta el viaje iniciático de dos mujeres,  una puta y una novicia, tía y sobrina,  a las que las circunstancias reúnen por unos días y con un objetivo inquietante: encontrar los cadáveres de los padres -judíos ajusticiados durante la invasión nazi-  de la segunda, huérfana y criada en un convento católico, antes de tomar los votos definitivos  y hacerse monja.

Ida es una extraña road-movie en blanco y negro donde los diálogos, precisos, desnudos de artificio, acompañan a unos planos poéticos, contundentes, desgarradores, que esquinan a menudo a los protagonistas para dar prioridad a unas cortinas o a una escalera de hotel merecedora de todos los galardones posibles de la arquitectura ideológica. La música, las texturas, el aire, el crucifijo o la botella de whisky pesan y trasmiten un mensaje que no es accesorio y que cuenta una historia por sí mismo.

Me parece que obedecer, volviendo al asunto de los votos,  es mucho más difícil cuando la pobreza no existe. Un convento es un lugar donde el plato de comida está garantizado, donde los tiempos están pautados y las acciones también. Sólo hay que dejarse llevar en nombre de la fe. Y respecto a la lujuria, esa loca incordiona  y excitante, imagino que puede ser anestesiada a base de sublimación, aunque el cine a menudo ha contado lo contrario.

Más allá de la peripecia de la búsqueda de unos huesos enterrados en un bosque la película cuenta que es fácil vivir sin echar de menos lo que no se conoce. Sin tentación, sin provocación, sin curiosidad. La épica de la vida consisten en tomar una decisión desde el conocimiento o la experiencia. Sabiendo a lo que uno renuncia. Y anoche pensaba cuántas decisiones se toman desde la inconsciencia, con la ceguera de la fe de una novicia. Elegir carrera profesional, casarse, tener un hijo…

Sublimar es una mierda, eso es lo que pienso. El recurso de los cobardes. Obedecer es un seguro contra el miedo. Eso tan poderoso que hace irresistibles los grupos organizados: desde el ejército a los scouts. El vértigo de los valientes, ese que escoge Ida no sin conflicto moral, reside en asomarse a la tentación y optar por entregarse a sus cantos de sirena o abandonarla con un casto beso en la frente, con melancólico pesar.

Me gustó Ida, me encantó porque esas dos mujeres toman decisiones valientes, extremas, que no contaré para no destripar la película. Me hubiera quedado sentada en la butaca de ese cine dejándome llevar por la Sinfonía 41  Júpiter de Mozart dirigida por mi admirado Ricardo Muti  y por el resto de una banda sonora que ya quiero tener para ponerla a tope en casa y bailar o ensimismarme. Y que sublimen otros, mientras tanto…