“Fossi etero le battevo i pezzi”. Con ese piropazo he amanecido hoy, y pienso regurgitarlo todo el día y parte de la noche.

En otro idioma, las palabras te proyectan a una realidad distinta. Recuerdo “Un pez llamado Wanda”, esa película que ha envejecido regular pero mantiene secuencias de carcajada en las que Jamie Lee Curtis se excita como una loca y se retuerce por los suelos cuando sus amantes le hablan en italiano o en ruso.

Convengamos que no es lo mismo “Ma cherie” que “cari”,  atrocidad poligonera que se ha extendido a todos los barrios porque al ser semipalabra sólo te compromete al 50 por ciento.

A mí, creo que me repito, me gustan las parejas que se llaman por el nombre. Y si me apuras, por los apellidos. Pasar a ser un triste cari es como que te degraden de coronel a cabo primero, en el mejor de los casos. Se puede (se debe) ser económico en el lenguaje, pero no tacaño ni vulgar. Y algunos no encuentran la diferencia.

“Fossi etero le battevo i pezzi” O sea: “si fuera hetero le tiraba los tejos”, me aclara mi querido P. desde el otro lado del Océano, de parte de un amigo suyo guapo y listo que conocí en una cena donde la cuestión principal fueron las palabras y los malentendidos. Anoche, en otra cena de amigos, concluimos que la riqueza de vocabulario te da alas y que la imprecisión puede ser un bálsamo para bobos. Un niño “buenín” a veces es un “pánfilo”, como apuntaba I. después de que su madre y abuela de tres nietos etiquetara a una de ellas como la “más buena” y a los otros como “guerreros”.

Lo malo de la etiquetas de la infancia es que se quedan a vivir para siempre. Lo peor es que a veces nos las creemos y, dado lo inevitable, nos entregamos a perpetuar la profecía autocumplida.

Huelga decir que yo era “la mala” de la familia, porque mi hermana era (y es) “la buena”. Con semejante vitola sólo te queda aprovechar y portarte como se espera de tu nick name. Desvalijar un banco, estafar a una ancianita. De lo contrario sería como apodarse el Vaquilla y dedicarte al cuidado de ancianos en una residencia. Un sindiós.

Un pez llamado Wanda

“Fossi etero le battevo i pezzi”. Así dicho, me suena a “si fuese hetero te pescaría un pez”, y no me parece mala cosa. El romanticismo necesita nuevas fórmulas porque las tradicionales las han resobado los caris y las caris. Si un hombre, aunque sea gay, se ofrece a pescarte un pez y tú estás a pocos metros de la costa, todo encaja como un tétrix y debes esperar en la orilla a que tu hombre aparezca con una merluza o un calamar. Y darle las gracias por su nombre y apellido.

Las palabras construyen el mundo y el amor. También la guerra y la siniestra indiferencia. Por eso hay que medirlas antes de sacarlas a pasear. Por eso es necesario disponer de abundante munición para hacer disparos certeros, dardos que hagan diana e impidan ambigüedades y malos entendidos. 

Yo misma, y aclarado el asunto del pez, debo redactar con urgencia y en italiano un mensaje para mi pescador gay. “Si fuese hombre, incluso hetero, te elegiría para cualquier empeño de amor y de aventura, caro mío. Incluida la pesca del tiburón fantasma en el Tíber. Ese río de tu ciudad en cuyas orillas he pasado algunos de los momentos más gozosos y reveladores de mi vida”.