Las Olsen

El entretiempo es la prueba del algodón. Si uno viste bien, debe demostrarlo en esa frontera desdibujada y caprichosa donde un día son botas y el siguiente sandalias, un día chupa de cuero y al otro chaqueta de algodón.

Todos hemos ido fantoches un día de primavera. Yo misma me sorprendo cuando bajo por las mañanas con Minichuki rumbo al colegio y compruebo en el ascensor que la he cagado, con perdón. Esa camisa agrede a mis zapatos, como mezclar en un concurso de talento  a Virginia Woolf y a Sarah-Jessica Parker.

Una vez que el daño está hecho, toca apechugar y defenderlo en la calle. La actitud aquí es básica. Debes fingir que vas ideal, que el atropello es tendencia, que te llamas Mary Kate Olsen y naciste en un front row de París o Milán.

O, por el contrario, que eres tan intelectual, tan desafectada de la moda, que escoges distraidamente cada mañana lo primero que te brinda tu armario. Porque las mujeres sesudas no pierden el tiempo en asuntos menores y donde esté Frida Kalho que se quite Frida Gianinni. (Gran chorrada, sí. Desde que tomo leche sin lactosa me ocurre a menudo)

Entonces tu hija te dice lo que piensa, esa costumbre:

-Mamá, hoy vas hecha una hortera.

Y puede que tenga razón, pero ya es tarde. Seis pisos más abajo y con el tiempo justo para que llegue a su clase extraescolar, no hay marcha atrás.

-Si no puedo ser elegante, seré extrafalaria. Repítase cien veces. 

Y ese día siempre sucede que te encuentras a la pija de tu vecina en la parada, que saca su escáner a pasear y te pone en tu sitio.

-Yo no me calzo las sandalias hasta no haberme hecho la pedicura francesa. Tú sí, veo que eres valiente.

Un 10

Y entonces desenfundas “Personas como yo“, de John Irving, para defender tu dignidad maltrecha, mientras encoges las uñas instintivamente hasta impedir que asomen por el borde de la sandalia, fuera de la vista de esa hija de Satán que piensa que Virginia Woolf es Victoria Secret y que Sisley es sólo una marca de cosméticos deluxe, no un pintor de paisajes que miraba el entretiempo como quien mira la Tierra prometida. Con avidez y un rapto de inspiración que ya quisiera para sí la pija. Esa mujer que encuentra seguridad en gastar una fortuna en ropa de marca y alicatarse de arriba abajo de logos reconocibles para no arriesgarse ni un poquito a dejar que asome su innata vulgaridad (como hago yo con mis uñas, a riesgo de gangrenarme los dedos por el contorsionado encogimiento).

Uno debe acometer el entretiempo como un funambulista ocasional. Si se mata, lo hará en acto de servicio. En el fondo es mucho más divertido jugar con elementos azarosos que con la seguridad de 30 grados y cielo despejado. Lo mismo sucede con las personas. Mis mejores amigos son de entretiempo. Capaces de disertar sobre Focault y sobre el HOLA. Hacedores de la ironía desengrasante, príncipes del juego de palabras que no dudan en mezclar endecasílabos con versos libres. 

Gente bota y sandalia. Chupa de cuero y chaquetilla de algodón. Que cenan en un bar de menú o el restaurante del Real, sin cambiar de actitud. Que si esa noche te has pasado tres pueblos en la selección de tu look te comparan con Kate Moss con cariñosa condescendencia, y no con Betty la Fea (que sería más apropiado).

Lo dejo ya, que debo vestirme. El cielo pinta nubes y la predicción altas temperaturas. Excitante combinación. Y muy mal se me tiene que dar para no toparme con la pija y hacerle el paseíllo de mi túrmix indumentaria. Cómo me pone ser inspeccionada de arriba abajo. Debe ser una tara de mi infancia, debo hacérmelo mirar…