Miquerida Big-Bang:

Una de mis desviaciones favoritas consiste en buscar pentimentos en los cuadros. La pata de un caballo que el pintor borró para levantarla dos palmos más, el collar de perlas que antecedió a la leve cadenita de oro… Los arrepentimientos de autor me ponen cachondísima, porque ellos murieron sin sospechar siquiera que varios siglos después sería desenmascarado su primer impulso al emerger el trazo original de la pintura como una sombra inquietante.

Lillian Hellman no era nadie para mí hasta que leí su libro “Pentimento”. Perdona que no busque la fecha, pero no trato de hacer proselitismo literario, líbreme dios, sino confesarte que aquella biografía abrió la caja de los truenos de mi adolescencia. En adelante, tendría dos objetivos en la vida: detectar pentimentos, primeros impulsos ajenos tapados con óleo, gestos o palabras, y alejarme en lo posible que hombres alcohólicos y atormentados como Dashiell Hammet, al que amaría en secreto metiéndome chutes de su novela negra negrísima.

Yo, por mi parte, me juramenté para tapar las huellas de cualquier arrepentimiento propio con cal viva. El cuadro de mi vida sería de trazo firme y explosivo, sin titubeos ni cambios de textura. Ayer, recorriendo la expo del Thyssen “Ghirlandaio y el Renacimiento en Florencia” sentí el acceso de ira de Giovanna degli Albissi Tornabuoni, despelotada ante la mirada de cientos de turistas en una serie de diapositivas que mostraban sus vergüenzas y las explicaban en asépticos cartelillos. Aquello era un strep-tease póstumo en toda regla. La sala, desde luego, estaba abarrotada y los pentimentos de autor eran la secuencia estrella de una película porno, paradójicamente ambientada en el siglo XV. Sexo duro.

Ahora que lo pienso, llevo toda mi vida subida a un diván soltando pinceladas salvajes que luego convierto en un discurso ordenado y sin tacha. Tú, si fueras más sagaz, sabrías ver el brochazo original; lo que quise decir en exabrupto, la intención primaria sin pasar por el tamiz de la cultura, la buena educación y la corrección política. Pero si he dado contigo es precisamente porque paso de mostrar mis pentimentos. Sin embargo, con el tiempo siempre salen a la luz como los muertos mal enterrados de mi adorado Dashiell. Y entonces toca decidir cuál de las dos versiones indulto, para que la posteridad en la que no creo no me pille desnuda y sin argumentos convincentes, la trama al descubierto, el óleo ensombrecido.

Así arranca mi lunes. Elegiré un look adecuado, sin cambiarme tres veces antes de salir a la calle. Tomaré el segundo café, tal vez una tostada insípida y elegiré la ruta C de entre mis recorridos posibles al trabajo. Amaré al hombre indicado, pronunciaré la palabrota precisa y elegiré un menú hipercalórico de entre los posibles. Bye bye ambigüedad, el titubeo y la moviola. Soy una y trina, pero ya me asegurado de que los siglos no me pillen tantas trolas pasadas por literatura de la mala. Soy una, soy tres, ya no me ves…