Mi querida Big-Bang:

Llevo toda la vida confundiendo pensamientos con petunias, alfajor con jengibre,  querella con demanda y a Lindsay Lohan con Britney Spears. De estas dos ultimas no sé cuál es la que aireó su virginidad ni tengo muy claro quién visita las clínicas detox más que a su cirujano. Las dos son tan rubias, tan homogéneas en un levedad, tan churretosas cuando se les corre el maquillaje, que las llamo a mi mente con un nombre u otro, según la metereología y el aire de los tiempos.

Ser rubia es una condición vital. Un grito de guerra. Tengo un amigo que me llama Rubia con mayúscula y sostiene que a él siempre se le han dado mejor las morenas. La morena, por lo general, escatima en tinte,  pero no en estrategia. La rubia cubre intenciones, la otra sus primeras canas. Una morena, como mucho, tirará al cobrizo en una tarde de rebeldía y rock&roll. Pero la rubia es carne de peluquería, de simulación, de mohín seductor aun sin ganas.

La culpa es de Hitchcock, claro. Ese sátiro que colocó a las rubias al borde del precipicio para que fueran atacadas por los pájaros y, en el terror, mostraran su vis más trágica, más débil, más sexy. A la rubia siempre la imagino miope, con trastienda, sobresaltada. Tan Britney, tan Lindsay, que podría arrasar un continente en su desesperación y recurrir a todo tipo de sustancias para encontrar el sueño eterno. La rubia, por definición, duerme mal y se suicida en plan aparatoso. La morena, en cambio, llama al 112 y pide que le pasen con el doctor Muerte, por favor.

Y aquí llegamos a lo que nos ocupa, porque ayer me quedé prendida de una rubia más falsa que yo, Hillary Clinton, aterrada entre cuatro hombres ante la visión del asesinato de Bin Laden. “Para presenciar una ejecución sin desencajarse no basta un buen tinte, nena”, pensé. A aquella mujer fría que no se despeinó ni con el affaire Lewinsky el suelo se le estaba moviendo bajo los pies. Una cosa es dar al botoncillo de enviar tropas a la guerra, y otra muy diferente es contemplar a esas mismas tropas volando los sesos al enemigo. ¡Bang!. Aquella rubia fría transmitía pavor y humanidad. Alfred Hitchcock se hubiera puesto cachondísimo. Ella, seguramente, tuvo que tirar de orfidal para dormir.

Ser rubia es un estado civil, un estado de alerta. Un tambaleo. Un desatino. Un día de furia y unas sábanas revueltas. Ser rubia es una debilidad, un uniforme con arrugas estratégicas, una canción de Britney, una peli mala de Lohan. Un final infeliz.

P.D. Shakira http://youtu.be/S3WDKXq36WI, no te esfuerces. Por mucho tinte que te pongas te seguimos viendo morena.