C. se ha quedado de vacaciones por culpa de unas morcillas de Burgos.

O sea, que la pareja con la que se iba a pasar unos días a Benidorm ha tenido a bien pelearse apenas unas horas antes de emprender viaje. Ellos ponían el coche y el apartamento. Ellos discutieron porque a él se le había olvidado congelar unas morcillas.

Y una cosa les llevó a la otra. Ella: “Siempre haces lo mismo. No lo aguanto”. Y él: Pues yo no te aguanto a ti. Y ella: ¿Ah, sí, desde cuándo?. Y él: Desde que te cargasta el mando de la tele en casa de mi madre.

La cotidianidad mató a la estrella de la radio. Las discusiones muchas veces son por tonterías pero ocultan algo que se quedó enquistado un día, en el camino entre la Sexta y TV1, pongamos. Una frase dicha al bies, un menosprecio con leve interjección, una mirada y la larva destructora empieza a crecer. Y esa pareja que decía que se amaba acaba rompiendo por unas miserables morcillas. Y la pobre C., con el hatillo preparado, se pregunta por qué ha confiado su destino a la fragilidad del matrimonio del quinto B, escalera derecha.

-Se ha ido él solo a Benidorm, sin morcillas, el muy cabrón.

Una pareja es una unidad de destino que a veces no llega a Benidorm.

Anotación: Con mi próxima pareja firmaré un contrato que prohiba discusiones prosaicas que tengan que ver con intendencias de congelador y mandos de la tele. Es vulgar. Como Benidorm, por mucho que construyan rascacielos y haya clubes de striptease para amantes que ya no se tocan, que ya no se hablan si no es a gritos.