Mi querida Big-Bang;

Si el matrimonio fracasa no será porque no hubo indicios, señales en la misma ceremonia que no quisiste ver. Anoche cené con tres amigas, todas divorciadas. La una se casó con un vestido rojo -“de Moschino”, repetía- y se empeñó en bautizar a su hijo con el mismo vestido años después. La otra despidió al novio esa misma noche y volvió a ponerse el traje de novia, chafado y sucio, al día siguiente para hacerse las fotos con sus amigos. La tercera tuvo un coro de cantantes bizcos o estrábicos que hicieron las delicias de unos invitados descojonados (con perdón) con el espectáculo. Y en la boda de la cuarta madre y suegra se tiraron de los pelos.

Así no hay quien prospere. Un rito debe cumplirse de la A a la Z. El tul ilusión, la mirada de arrobo, el Ave María a todo trapo y hasta el vals del amor son imprescindibles para el éxito de la pareja. “Yo quiero una boda como dios manda, cegada de amor”, confesó L., y a todas nos pareció una gran idea. Si te casas, hazlo sin pensar, arrebatada y con un novio en perfecto estado de revista. No vale que te diga en plena ceremonia que cuando salga se va a llevar a su hermano a la estación. No vale que se coja tal cogorza que termine metiendo mano a las invitadas. Y no vale que se presente sin anillo y te cuele el de tu suegro entre los dedos.

Cada vez que duermo en un hotel donde se está celebrando una boda no puedo resistirme. Me asomo al salón y observo a la novia y a sus amigas, que revolotean cos sus vestidos palabra de honor alrededor, deseando ser ella. Debo confesar que la escéptica que me habita siente que la posibilidad de un temblor bien puede merecer celebrar una fiesta aunque la magia se apague enseguida. “¿Pensasteis al casaros que podríais divorciaros si las cosas iban mal?” preguntó anoche mi querida M. No era una perogrullada, sino la prueba del algodón. Si cegada de amor te asalta la necesidad de ver una ventana por la que salir corriendo, algo se ha roto y el coro de bizcos/estrábicos son testigos de cargo.

Así que aquí estoy, dispuesta a llorar en la próxima boda de mi amiga L. Aún no conoce al novio, desde luego, pero tiene claro que esta vez va a ser asquerosamente feliz. Yo estoy dispuesta a todo, incluso a ponerme el vestido palabra de honor azul celeste de Peggy-Sue. Pero esta vez me aseguraré de que los cantantes están bien buenos y carecen de taras físicas que despisten la solemnidad de la ceremonia. Si hay que ir, se va. Pero con todos los extras, el romanticismo y un vestido blanco roto, como dios manda.