Mi querida Big-Bang:

Últimamente mi hábitat cotidiano son los bares de luxury hoteles con mucho dorado, mucho ramalazo Phillipe Stark, mucho camarero design vestido de Armani y, sobre todo, mucho ejecutivo arrogante y pasado de perfume caro. Yo no voy a pillar cacho, conste, sino de ojeadora social y, de paso, a perpetrar un bloody Mary con coartada.

Allí me mimetizo con el entorno y, como Mortadelo, escucho las conversaciones de esos machos con exceso de testosterona. El de ayer, canoso, impecable y con gestos de director general aspirante a consejero delegado, soltó engolado: “mis hijos están en el top-five de sus respectivas clases”. Yo, que espontánea soy un rato, abandoné mi presencia incógnita para meterme en la conversación: “Pues las mías están en el top-ten de canción ligera, en el top-six del parte de expulsión y en el top-one del porculismo doméstico”.

Chulearse de los hijos es el típico recurso de perdedores e inconsistentes. Reírse a su costa es mucho más inspirador. Un ejemplo. Mi amiga I. contó el otro día que su hijo, tras volver de una exposición, aseguró haber visto el “Guernika de Pikachu”. Nadie corrigió su error. Mola mucho más que tu hijo vaya al quiosco a pedir “El País con suplimento”, una “hambunguesa” en el Mugre-King o un baño con burbujas en “el jacursing” y tú te tronches de risa una y otra vez. Dónde va a parar.

Al fin y al cabo, esos desagradecidos que nos chupan la sangre terminarán aparcándonos en un lugar mucho más sórdido que el lobby de un hotel -los hay, pocos pero los hay- y se permitirán llamarnos al orden por habernos dejado la dentadura postiza en la vitrocerámica. De ahí que debamos tomarnos la revancha anticipada.

Sin ir más lejos, mi amiga M. ha dado a la tecla “ignorar” al recibir una invitación de su hijo de 13 años para ser su amigo en facebook. “¿Amigos? ¿qué te has creído, majete?”, le contestó, y él le ha retirado el saludo. Bien, así se derrumban las murallas del falso buenrollismo familiar, reflexiono hoy, en el mueble bar de mi casa, con un buen Bloody Mary entre mis manos y mis niñas copiando mil veces: “No se juega con la “Anintendo” sin permiso de mamá”.