“Tener un jefe cobarde es lo peor que te puede pasar”

Este es el titular de una conversación que mantuvimos ayer tres amigas, y que me dejó pensativa de más, porque las rapidillas tendemos a dar una respuesta inmediata pero luego la noche nos sorprende regurgitando el asunto como ovejas por verdes prados infinitos.

Siento un agudo menosprecio por los cobardes. Un jefe cobarde impide crecer alrededor a los talentos, no sea que despunten en exceso. El objetivo del cobarde es mantener el statu quo. Es el hijo que enterró los talentos en la parábola bíblica para encontrarlos tal cual pasado el tiempo. El cobarde no se expone, lava y guarda la ropa, no estimula a su equipo, no defiende las tropas cuando llegan los malos. No arriesga, no gana.

Pero encuentro que hay otro jefe peor. Más perverso. Más contemporáneo. Aquel que trampea, engaña y roba y trata de comprar el silencio de los subordinados invitándolos a trampear, engañar y robar con él. “La familia que trinca unida, permanece unida”, imagino. Nada peor que un espejo moral en un equipo que te devuelva tu imagen devastada. Así que la mejor estrategia consiste en pervertirlos; Todos igualados en el delito. No hay delito.

Me pregunto si esto es lo que pasó presuntamente en las sedes de los partidos políticos que se han apropiado de las primeras paginas de los periódicos. Un proceso de corrupción de arriba abajo, más lógico, convengamos, que en sentido inverso.

Cuando el cobarde llega a jefe es que algo pasa en el sistema. Cuando el corrupto es el jefe, hay que tirar la torre entera y empezar de cero. Pero sale tan caro que algunos prefieren mirar a otra parte.

O dejarse tentar por un sobre, o acobardarse, y pasar al lado oscuro.

Y de ahí solo escapa Luke Skywalker, me temo.