Mi querida Big-Bang:

Nunca he sido corredora de fondo, las metas a las que no me alcanza la vista ni las miro. “Mi futuro son dos años, tres a lo sumo”, me dijo alguien el otro día, y como a veces voy con retardo me quedé tres o cuatro segundos masticando la frase, y encontré la réplica: “Mi futuro es el lugar a donde me lleve el deseo en las próximas horas”. En este momento de la vida puede que tenga tanto pasado como futuro, y eso me convierte en un ser simétrico, equidistante, ¿bipolar?.

Recuerdo cuando sólo era futuro. Esa despreocupación eterna de poder gastar de un fondo sin fondo aparente. De derrochar las horas, los días y los veranos haciendo planes, quemando oportunidades con la arrogancia que da la eternidad. Uno no puede creer en ningún dios cuando es un niño, porque él es su propio dios, me digo. El poderío que otorga la barra libre del devenir es tal, que el verdadero trauma de hacerse mayor es empezar a poner aspas en un calendario que cada vez se parece más a una cuenta bancaria en números rojos.

“Nena, tú lo que tienes es una crisis de los cuarenta que te cagas”, sé que estás pensando. Pero las chulas no reconocemos las crisis, sólo saltamos sobre ellas como en su día saltamos a la cuerda en la plazoleta debajo de casa. Con ritmo y despreocupación. Mi ausencia de vida interior me impide cualquier tentación de malditismo, aunque sea más literaria que la comba. Tengo un pasado como el que tiene un tío en América. Sé que está ahí, pero no pienso ir a buscarlo porque la nostalgia es un equipaje absurdo y pesado.

Bien, seamos futuro, futuro perfecto. Hoy es mi último día, un suponer, y voy a prepararme el banquete del siglo como los reos del corredor de la muerte. Por mucho que me tiente, no pienso escribir los versos más tristes esta noche, pero sí parafrasear sin pudor a mis poetas, que total ya tuvieron su gloria, su voz y su palabra. Voy a vestirme de putón verbenero, una tentación muy de las de mi generación, y a salir a la calle tropezando con unas plataformas de seis pisos, y el pitillo en la mano. Mi futuro es ser un adefesio contoneante por la acera de un barrio de fachas. Y saludar con la mano a la vecina del quinto.

Declaro para mí el carnaval perpetuo, el deseo desbocado, la quema de almanaques. Mi futuro soy yo avanzando a zancadas por un bosque sin lindes ni fieras escondidas que me impidan echarme a dormir junto a un abeto, a la orilla del río.