Mi querida Big-Bang:

Desde que ayer supe que Leire Pajín había conseguido la ansiada cartera negra (y aprovecho para hacer un llamamiento a Hermés, que bien podría mejorar su diseño y calidad), ando planeando mi exilio. Y no será porque no me he intentado desprejuiciar. No pienso decir como otros que la mujer no ha hecho casi nada reseñable salvo ser la diputada más joven en el Parlamento en su día, predecir el alineamiento astral de Obama y Zapatero, vestir acrílico y desconjuntado y lavarse el pelo lo justo. No, yo tampoco soy de ésas que hacen juegos fáciles con el apellido de la nueva ministra de Sanidad, sin duda merecedora de éste y otros reconocimientos más elevados, incluyendo la canonización en la plaza de San Pedro, sección ateos.

A lo que te iba. Siguiendo con mi repentino ramalazo feminista, ayer celebré con las chukis la entronización del nuevo ejecutivo, explicándoles lo importante que es la paridad: “Chitinas, se trata de nombrar mujeres para igualarnos en número a los hombres en los puestos de trabajo”. A lo que ellas respondieron; “Y si son tontas como Marta Cid Rivera (compañera lerda a la que nombraremos por ser menor de edad) ¿también les dan el trabajo?”. Pues…a veces. Pero se trata de una situación forzada hasta que se imponga la normalidad paritaria. “O sea, hasta que tontos y tontas se igualen”, resolvió la chunga adolescente,y le metí un trozo XXL de tortilla de patata para cerrarle la bocaza.

Creo que el cemento en polvo que invade mis casa me está afectando a las meninges. Mis queridos albañiles polacos -ambos hombres, debería haber sido paritaria- me muestran cada día con orgullo los avances en la construcción de una estantería que sin duda debería exhibirse en alguna muestra de alcance astral, o sea, pajinesco. La cosa es que yo quería un nicho para mis libros; un rapidillo de baldas alineadas como Obama y Zapatero. Y me están haciendo el Taj Majal, a juzgar por lo que dura y por la grandiosidad de los sacos de yeso que se reparten peligrosamente cerca de mis stilettos y las pellicas heredadas de mi abuela. Vivo en el polvo, y tampoco haré el juego fácil, pero con estos lodos he tenido que reajustar la dosis de sustancias porque me altero más de lo normal.

Eso sí, en homenaje a Pajín y a todas esas mujeres que se han ganado el puesto con el sudor de su frente, pienso extender la paridad a mi librería: ordenaré los libros según el sexo del escritor y si -dios no lo quiera- me salen más autores que autoras, quemaré los excedentes masculinos en una pira vindicativa hasta que el humo de la igualdad invada mi casa y las tropas polacas se batan en retirada con sus polvos y su testosterona.