Paisaje tras la inundación

Este agosto me huele ya a septiembre y Brontë aún no ha entendido que no hay barra libre para aliviarse por los pasillos de casa. Desconozco si a la Artista antes llamada Minichuki le vale el uniforme del colegio, me resisto a dar a la tecla de compra de libros de texto en esa web que detesta Donald Trump y sobre mi cabeza los techos escupen los desnudos desconchones de la inundación que sufrimos el 31 de julio, cuando aún pensaba que el Verano era eterno y la entropía estival un gozoso espejismo.

No es un duelo precoz, es advertencia. Ayer ya pasé por la chapa y pintura de mi peluquera María, siempre cariñosa y saltimbanqui, y rematé con una pedicura impecable que me hizo sentir civilizada ipso facto tras unos días de asilvestramiento de pueblo y casa de campo de anuncio Tarradellas. Confieso que hace un rato, en un calentón muy compulsivo, casi reservo vuelos a Oporto para Otoño a un precio ridículo, pero las palpitaciones me avisaron como le avisa al ludópata en terapia el tintineo de las tragaperras. Mi cuerpo me pide acción y desacato y mi cabeza serena contención. Ardo en planes, he llenado mi libreta verde Montblanc de ideas disparadas que quieren ser proyectos y creo que al fin leeré el “Manual para mujeres de la limpieza“, ahora que ya no está de moda. (El “it libro” es como la “it girl”. Un ardor  con muchas papeletas para la decepción. me pasó con “El Jilguero”, recordad. Y hay una larga lista de suspiros y abandonos).

De este verano me declaro turbina y resiliente, valga la dislocada adjetivación. Una RAE que le quita la tilde al “sólo” no merece tanto respeto, al fin y al cabo. He acabado cansada de contar ahogados e incendios en los telediarios, y he seguido el serial de la madre huida con los hijos sin llegar a una conclusión clara sobre quién es ella ni qué haría yo. También he considerado entre bostezos que Mónica la del Tiempo me resulta cargante sin negar su eficiencia y que es muy larga la espera para saber si mañana habrá nubes o el cielo nos aplastará con su acero de sol, algo menos mortal cuando agosto celebra su paso de ecuador.

No he querido saber, pero he sabido. Y lo mejor de este instante es que aún nos queda tregua. Unos días de mar, un salto de capítulo. Y después, esa bendita vuelta a una rutina que este año no es. Y  que lo que ha urdido el azar no lo separen la burocracia ni las listas de la compra. Eso que llamamos septiembre, por abreviar su azote y su alegría.