Como madrileña capitalina me sorprendo a menudo ante algunas manifestaciones de provincianitis aguda.

Ayer, tres revistas del corazón reseñaban el romance de un actor guapito que ya se me ha olvidado con una chica a la que presentaban insistentemente como “de 28 años y de Palencia”. Como si el hecho de ser ella de esa tierra de cereales donde suelo desorientarme rumbo a Asturias fuera relevante.

Lo encontré muy de misses con sus bandas. Muy “Los Extremeños se tocan” de Muñoz Seca. Muy cateto, con perdón. Y recordé todas esas veces en que los que son de Cuenca, Zaragoza o cualquier ciudad o pueblo grande de provincias -no necesariamente capital- resaltan el origen de cualquiera que haya nacido en sus contornos y salga en la tele o en la prensa. Como si fuera un plus, un valor añadido, un mérito trabajado con ahínco en lugar del simple y desnudo azar.

Ser de Palencia, digo yo, no tiene la menor importancia a la hora de liarse con un hombre. Salvo que las palentinas guarden con celo un mapa de secretos de seducción que a las demás nos es vetado. O sean más ariscas, casquivanas o comprensivas debido a su geoposición, a la velocidad y trayectoria del viento o a la dieta presuntamente rica en garbanzos.

Sí me parece interesante la etiqueta palentina como denominación de origen cuando se trata de lechazo, vino de Arlanza o Cigales. 

Pido disculpas si destilo arrogancia. No creo ser más que nadie por haber nacido en la capital. No tiene mérito. Pero no conozco a ningún madrileño que dé palmas cuando se entera de que el médico de cabecera de su prima segunda que vive en Canaria ¡es de Madrid, mira tú!. O reseñe que cuatro jugadoras de la selección de petanca -si la hubiera- nacieron en la ciudad del chotis.

Iker de Móstoles

Aunque ahora que caigo sí suele subrayarse que Iker Casillas nació en Móstoles o Penélope Cruz en Alcobendas. Con cierto tufillo clasista en ocasiones porque son “extrarradio” (un saco sospechoso donde caben barrios y municipios, distinción que a menudo el de Madrid centro no conoce).  Lo que me lleva a reconocer a mi pesar que los madrileños etiquetamos a los nuestros en función del código postal. Y que eso desata reacciones, como la irrupción del “orgullo de Fuenlabrada” o el frenesí de Getafe.  Ser del Sur es una forma de rebeldía frente a los de Chamberí, Salamanca o Moncloa, me parece.

Todos somos catetos y/o arrogantes. Y nos definimos frente a los demás, por contraste. A veces desde el complejo de no reinar en el corazón del mapa. A veces desde la chulería de ser equidistantes de cualquier playa. Y puede que, bien mirado, tenga lo suyo venir de Palencia para levantarle el guapo a las guapas de Madrid. O haber escrito Mis ojos sin tus ojos no son ojos/que son dos hormigueros solitarios siendo de Orihuela. Pero a mí me sigue sobresaltando esa manera torpe y bobalicona de reclamar la gloria a costa de una cordillera o una plaza.

Dicho lo cual, sí encontraría absolutamente notable que cualquiera que saliera de un pueblo de treinta habitantes consiguiera un premio Nóbel o ser un virtuoso del piano de fama mundial. Seguro que los hay, les doy mi enhorabuena.