No me queda tiempo para lo supérfluo“, escribió hace unos días Oliver Sacks, sabiéndose a un paso de la muerte en una carta valiente, conmovedora y descargada de todo victimismo que resume los pilares de la vida: afecto, conocimiento y disfrute.

Después de leerla -me parece un ejercicio imprescindible- corrí a dársela a mi hija mayor, que hasta la fecha desconocía la existencia de “El Hombre que confundió a su mujer con un sombrero”. Ella puso esa cara de “ya está mi madre con sus recortes” y depositó mi regalo distraídamente sobre su mesa, entre su colección de fruslerías de postadolescente de manual (impresora, perfume sin tapón, laca de uñas color extraterrestre, camiseta arrugada, monedas sueltas).

Llevo mucho tiempo haciéndome un Sacks desde la salud (no quedo con nadie que no quiera, salvo compromiso profesional, no leo nada que no me atrape, no beso bocas desalmadas, aunque sí veo los Telediarios). El desapego, eso que el escritor y neurólogo confiesa que le aparta del día a día congelado en una pantalla, es el inicio de la muerte. De la desatención, de la pasión. Ayer por la tarde fui alumna de Minichuki, que ataviada con americana, camisa y corbata me relataba la Prehistoria desde un atril, con un puntero y una pizarra donde dibujaba con esa seriedad magnífica de sus 12 años los hitos que nos explican: El descubrimiento del fuego, la agricultura o el arte en las cavernas. Me pareció que no había nada más crucial, menos supérfluo. Y que de haber sabido que me moría en pocos días, pocas horas, hubiera hecho exactamente lo mismo.

Luego, le prometí que iríamos las tres al yacimiento de Atapuerca un fin de semana de primavera.

Antes, por la mañana, había aprendido que un líder es “un gestor de incertidumbres” gracias a un profesor brillante, Juan Ferrer, que nos desmontó y desbarató todos los lugares comunes del liderazgo en una clase a la que también hubiera asistido de estar sentenciada como Sacks.  Ante un auditorio de mujeres con cargos de responsabilidad, aseguró que a menudo nosotras incurrimos en tres fallos: 1.No creernos lo que valemos. 2. Aversión al conflicto. 3.Pensamiento paralelo (arrastrar las emociones todo el día, sin compartimentos estanco).

Nos habló de los cisnes negros o fenómenos disruptivos, de cómo Kodak o Blackberry se habían desmoronado por “hacer muy bien lo de siempre”, de que la gestión sin liderazgo te condena al estancamiento y el liderazgo sin gestión al caos. Y de que el líder utiliza el conflicto para el cambio.

Ah, también de que se puede ser líder y ser temido y hasta detestado: Steve Jobs que en gloria esté.

Curioseo una reseña del libro  de entrevistas del fundador de Apple, que se publica ahora, y me quedo con esta frase:  “Cuando puedes ser considerado responsable de si [tus sueños] se hacen realidad o no, la vida es mucho más difícil”.

Ignoro si Jobs, cuya aportación al cambio de nuestras vidas es innegable, hubiera escrito palabras semejantes a estas de Sacks en el umbral de su muerte:

Por el contrario, me siento increíblemente vivo, y deseo y espero, en
el tiempo que me queda, estrechar mis amistades, despedirme de las
personas a las que quiero, escribir más, viajar si tengo fuerza
suficiente, adquirir nuevos niveles de comprensión y conocimiento.


Eso quiere decir que tendré que ser audaz, claro y directo, y tratar
de arreglar mis cuentas con el mundo. Pero también dispondré de tiempo
para divertirme (e incluso para hacer el tonto)”
.

Yo, puestos a elegir, prefiero hacerme un Sacks que hacerme un Jobs. Renuncio al liderazgo sin empatía, ya lo siento. Mis manzanas serán las del árbol, verde doncella o Muji. Mi legado, la imaginación que se desborda por la punta de los dedos. Mi patria, mis hijas, mis hermanos, mis amigos. Y mi orgullo, poder dejar escrito algo parecido, aunque sea de lejos, a lo que ayer leí. Un compendio de pasión que da sentido a la vida y da sentido a la muerte.

Aunque no pase a la historia como líder de nadie.

Luria decía de Zazetsky que había perdido por completo la capacidad  para los juegos pero que mantenía intacta su «vivida imaginación».

ZaZazetsky y el doctor P. habitaban mundos que eran imágenes especulares
el el uno del otro. Pero la diferencia más triste que había entre ellos era que,
ccomo decía Luria, Zazetsky «luchaba por recuperar las facultades perdidas
cocon la indomable tenacidad de los condenados», mientras que el doctor P.
no luchaba, no sabía lo que había perdido, no tenía ni idea de que se
hubiese perdido cosa alguna. ¿Qué era más trágico o quién estaba más
condenado: el que lo sabía o el que no lo sabía?” (Oliver Sacks. El hombre que confundió a su mujer con un sombrero)