-O está loco por ti, o lo está por sí mismo…

A las muchachas listas conviene vigilarles el cesto de las palabras porque suelen llenarlo hasta el borde y cualquier descuido derrama la carga y es fatal. Anoche la temeridad fue asfixiada por la derrota, que campaba a sus anchas por un Madrid templado que ya despidió al invierno y coquetea lascivo, desatado, entre taxistas rudos y mujeres a punto de sal. Los prunos y almendros saludaban a los morituri y el asfalto se esponjaba, perezoso,  y recuperaba poco a poco su ser.

En casa la tortuga ya salió del letargo, y ha crecido dos tallas inadvertidamente. Los milagros cotidianos suceden delante de nuestras narices, pero hay que parar cuenta y ponerles una cámara que sorprenda el instante. Huele a abril en el tendedero de las vecinas y ayer alguien canta  como un perro en el patio.

Investigo cómo despertar a Frankenstein en un relato cirujano que me detiene absorta un rato cada noche. Lo agito a la sombra de las muchachas en flor, como decía aquel, y respondo los mails como el que oye llover tras las cortinas. Escándalo sin partituras ni itinerario fijo. Llego a la noche exhausta y calculo la jornada que vendrá. Me alimento de aire. De queso con cerveza. Madrid en primavera es puro cóctel. Calendario de fiestas trepidante que podría matarme sin piedad.

Madrid

Y rapto palabras, y secuestro intenciones, como el resto del año.

-Ayer me acordé de ti viendo el camión de la basura.
-No me jodas, Nen
-Era su ruido, espantando las miserias a través del callejón. O yo, que tenía sed…

Hay poetas que, como mi tortuga, despiertan cuando marzo. Urgencias que requieren una tregua. Los cuadros sin colgar que te reclaman y locos que se lanzan tras coger alegre carrerilla entre las olas. 

(Surfistas de entretiempo, yo diría). 

Y suceden milagros a destajo. M. asegura, por ejemplo,  que engorda lo que se come C., sentada a su derecha. Y para probarlo se pellizca el abdomen mirando su ensalada mientras la otra se aprieta, triunfante,  un donut con azúcar y se relame.

Les digo, sentenciosa, que no hay nada más triste que un plato de lechuga. Que a nadie le sacia la manzana, esa leyenda urbana. Que estoy harta de guapas mustias que juran que su truco de belleza es beber agua mientras miran con deseo mi bistec con patatas. Que no sé que es peor, si ellas que llevan una gorda dictadora dentro o yo que sigo fiel a la flaca como un galgo que sentenció, deshinibida,  mi infancia y juventud. Que todas somos misses si sabemos mirarnos al espejo adecuado. Y que ahí afuera hay locos sexys que piden pista y hacen cortes de mangas a la torre de control del sentido común.

-¿Qué pasará si al final todo fuera un espejismo?
-Que habría que romper el espejo, en añicos muy finos. Y mirarnos en un charco, tal vez.

Lo escucho y pienso que ya es tiempo de Celtas Cortos, como entonces. Escojo de entre todas la del 20 de abril. Anoche, ya en el taxi, sonaba como un himno en mi cabeza y yo bailaba.