Un galán de medio pelo de la televisión asegura hoy en una entrevista intelectodegradable que “nunca se le ha quejado una mujer en la cama”. El titular me sobresalta en un día tedioso y monocorde desde el punto de vista informativo donde lo más excitante para ese presentador lechoso y descatalogado del Telediario de la 1 son las variedades y procedimientos de elaboración del roscón.

El galán de las camas de la entrevista, al parecer, emigró hace unos años a Perú porque en España no le salía trabajo. Pues siento decirte, chato, que no te habíamos echado de menos.

Lo de chato no es mío, se lo he robado a Soledad Lorenzo, la galerista universal que se ha retirado no sin antes donar al Reina Sofía su valiosa colección personal. De esta mujer seca, flaca y elegante jamás hubiera imaginado un “chato” en su discurso. Y sin embargo conté tres o cuatro en la entrevista que publicaba ayer El País Semanal, donde me atraparon su inteligencia icónica, sus sentencias breves pero nutritivas y esa constatación de una sospecha  que siempre he tenido al cruzarnos en exposiciones y actos farandulescos: la de que bajo su apariencia adusta y hasta antipática había ternura embotellada, la concisión pétrea que otorga una vida llena de heridas y grandeza y una insólita generosidad. Ignoro si el periodista coló el apelativo para hacerla más humana, pero a mí me rechinaba la lectura y creo que en su lugar me lo habría ahorrado, o lo hubiera deslizado como anécdota en el arranque presentación del personaje.

Cuenta Soledad que enviudó a los 36 años y que ya nunca más se quiso casar. Que su padre le decía de niña, cuando llegaba con notas excelentes y enormes ojeras, “De verdad que a mí no me importa, Sole, tú estudia lo justito”. Que ha aceptado la vida como ha aceptado la muerte. Que ha hecho lo que le daba la gana al no tener hijos ni cargas familiares. Que su nombre ha sido una predestinación. Y esto último lo explica en un párrafo vibrante que a la editora que no soy pero me habita le habría impulsado a conseguir ya las memorias de la galerista:

“Era domingo. Londres estaba vacío, vacío. Toqué a ese perro y le dije: “Jo, macho, qué solos estamos”. Se levantó y empezó a marcarme el paso por delante”… Y entonces Soledad recuerda que el perro la siguió hasta su casa, y que aquello la alivió, se sintió feliz: “Me dije: Sole, ya nunca más te vas a sentir sola” Será un perro, un pájaro, una nube, no sé. Pero me di cuenta de que esa capacidad para no temer la soledad estaba dentro de mí”.

Me descubrí ante esa mujer sabia a la que me enfrenté con temor hace muchos años, en una entrevista en su casa donde yo miraba a hurtadillas, fascinada, esos rincones bellísimos y armónicos salpicados acá o allá de obras de artistas que yo entonces desconocía. No recuerdo, debo reconocer, qué me contó. Sí esa sensación reconocible de estar frente una arquitectura humana flamígera ante la que yo era insignificante y debía permanecer casi en silencio.

Ayer, digo, disfruté mucho leyendo a Soledad, y hoy me encuentro con ese memo presentador de concursos hablando de los pormenores de su cama: “La latina es una mujer muy ardiente. Como allí la mujer está criada para
cuidar al hombre, se vuelcan mucho. Son supersexuales y, como quedes
muy mal, se enfadan y te lo dicen. Son muy exigentes, pero de momento he
estado siempre a la altura
“.

Añadir leyenda

Esa mezcla de machismo, tópicos y egolatría todo a cien me parece extraordinaria. No digo que la periodista no haya contribuido al dislate, porque lo ha hecho. Pero él pudo zafarse de la etiqueta de latin lover asaltacamas y reclamar un lugar menos testosterónico en el mundo.

Querido aspirante a mediocre catódico: que sepas que muchas mujeres no se quejan de sus amantes aunque se queden descontentas. Forma parte de la buena educación. O de considerar que un buen amante es el que te demuestra ternura y pasión, aunque la técnica, el aliento y la coreografía no sean perfectas. Que las latinas son ardientes o no lo son (de serlo todas ardería el continente). Y que es posible que alguna mujer -latina, japonesa o incluso española- haya fingido en tu cama para no desairar al macho de opereta que te habita. Porque muchas son compasivas y saben que es profundamente injusto que la cultura las haya convertido en jueces del sexo a la vez que en víctimas en algunos casos (qué paradoja).

Acláranos si piensas volver como presentador o como boy de discoteca. Aunque puede que no esté en tu mano. A estas horas todas las mujeres sabemos lo que piensas de nosotras y muchas detestamos los concursos de la tele, lo que te descalifica de pleno. Y aprende cuanto antes, ya que al parecer tienes una hija, que cada mujer es un lugar en el mapa que se enciende con un interruptor distinto, personal e intransferible. Y que una mala noche la tiene cualquiera, lo que no te descalifica como amante, ni siquiera como hombre. 

Las que te descalifican, chatín, son tus palabras. Esas que duran más que un polvo, incluso el polvo más glorioso. Ese que, por cierto,  las mujeres olvidamos porque preferimos recordar el roce de sus manos por nuestra espalda sin prisa y en silencio. Y sin contárselo a una periodista vulgaris al día siguiente.

“Yo no creo en Dios. La vida es mi dios. El gran misterio es la vida”. Soledad Lorenzo. Amén.