Mi querida Big-Bang,

“Te quiero por inercia” es lo mejor que he escuchado en los últimos tiempos. No desenmascaré a su autor, pero sí diré que a ella, en lugar de enfurecerla, le dio un ataque de risa. “A estas alturas de la relación lo que puntúa es la originalidad, salir del tedio”, asegura. El romántico autor de la declaración suele llamarla “asquerosa” en lugar de “cariño”, pero muchas veces la espera paciente en la puerta del trabajo y le escribe mails con juegos de palabras y chascarrillos inteligentes, incendiarios o altamente eróticos que le alimentan mucho más que un steak tartar con patatas tras una semana a dieta.

Diría que estamos ante una nueva generación de románticos. Hombres que, como a mi amigo J., les rompieron el corazón en su día y sin embargo andan buscando trabajo a la autora del desatino. “La medida del enamoramiento te la da el porcentaje del tiempo que piensas en ella, me confesó. Cuando sólo ocurre dos o tres veces al día es que has salido de la UVI”. Él la llama por su nombre, jamás “esa arpía”, como podría esperarse.

Mi tercer hombre ama a una mujer 25 años mayor que él. La salud de ella es quebradiza y más de una vez ha tenido que darle de comer. “Siempre pido un biombo o un reservado en el restaurante. No permito que nadie la vea en ese momento, vencida”. La suya es una pareja asimétrica, sobrevenida después de varias décadas de encuentros y fugas. Su vida sexual, una incógnita que seguramente no afecta al balance sentimental. La llama “niña”.

El cuarto en discordia vivía por inercia un matrimonio ¿feliz? con adosado, vecinos hiperactivos y varios hijos en común. Un día tuvo un desliz o, mejor dicho, se enamoró locamente de una mujer. “Tras darle muchas vueltas decidimos seguir cada uno con nuestros matrimonios, con dolor”. Una década después el azar quiso que se volvieran a encontrar. Pasión desatada. Encuentros furtivos y la decisión de huír juntos, como en las pelis. Mi amigo habló con su mujer e hizo las maletas. Su amante habló con su marido y justo antes de cerrar la puerta le asaltaron las dudas. Han roto, mi amigo duerme solo, en un sofá. Ni un átomo de arrepentimiento. Sigue pensando en ella y la llama en sueños.

Para cerrar, está el marido de mi amiga I., que cada vez que intuye que ella se ha despistado con otro hombre, elige el camino más inteligente: hacerse amigo del sujeto, seducirlo. “Así lo nuestro queda inmediatamente neutralizado”, me cuenta ella, que por supuesto adora a su marido y adora su inteligencia. El sistema funciona hasta el punto que han pasado parte de las vacaciones juntos. Los tres. Ignoro como se llaman.

Lo dejo aquí, aunque la lista de nuevos románticos merece una segunda reflexión. Voy a ver si consigo que antes de que muera el día me digan alguna bordería amorosa, me den de comer o me llamen por un nombre que no sea dimitutivo que me ablande el corazón o, en su defecto, me provoque una gran carcajada.