Hay algo místico en un museo vacío. Los cuadros te interpelan, los vigilantes bostezan porque sin público no hay misión. Y se oyen voces reptando por las paredes.

Ayer el Museo Thyssen volvió a convocarnos a los blogueros afterhours. Las puertas estaban ya cerradas para el público y las salas parecían listas para una sesión de espiritismo.

Hablaré de esta exposición, Impresionismo Americano, que remató un martes concentrado como un cubito de caldo. Un súper martes prenavideño donde me puse hasta las trancas de regalices rojos y nubes de algodón, mientras escribía frenética, como una niña pequeña que descubriera la otra fábrica de Charlie.

Lo mejor de que te guíe el director artístico Guillermo Solana no es que sepa mucho, que también,  es cómo lo cuenta, con esa profusión de detalles y un vocabulario brioso que lo mismo se refiere a las nubes “poco espontáneas” de Chase que a la aproximación a la maternidad de Mary Cassatt “que no es la sentimentaloide al uso de la época, insoportablemente edulcorada y apta para decorar una caja de bombones”.

Guillermo Solana

¿Existió de verdad un impresionismo americano?, fue en arranque de nuestro paseo por el tiempo. Y sí, pero no todos fueron insiders ni tuvieron el mismo grado de intimidad con los impresionistas franceses que los fascinaron a finales del XIX y los impulsaron a viajar a París, a Londres, a Italia en busca de la piedra filosofal de la pincelaza suelta y del desenfado ético.

Siempre que tengo la suerte de ir a esos paseos por el Thyssen echo de menos a mi adolescente porque una lección de arte sin libro pero tan apasionada, tan abierta a la interpretación, tan libre y a la vez tan académica, no se escucha todos los días.  Ayer hubiera aprendido que esos yankis pertenecían en su mayoría a la alta burguería, eran pijos cuyos padres podían pagarles el pasaje y la diletancia a orillas del Sena. Y luego bastantes de ellos fueron profesores y su espíritu académico consolidó una escuela que huye del dramatismo y se queda prendida de los parques de Nueva York y de esas figuras elegantes contempladas a una media distancia, como si la intimidad más íntima diera miedo. Como si la falta de pudor fuera un signo de poca monta social.

“Si quiere saber lo que persigue un impresionista (por cierto, Degas dijo que sólo había un impresionista, Claude Monet), salga al campo y dirija su mirada a un paisaje con el sol de frente, y modifique el ángulo del ala del sombrero para comprobar la diferencia de tonos que hay en los objetos oscuros según la cantidad de luz que deja entrar en sus ojos”

Contó Guillermo Solana que Sargent abandonó el retrato “porque no soportaba la conversación con los retratados” y que tras el incidente del tirante de la dama que había retratado y desató el escándalo dejó de desear relacionarse con el establishment francés. Me parecen motivos razonables para abandonar un reto, una mujer, una obsesión y sobre todo un tirante. (Justo en ese momento me subí el mío, envalentonado, como un acto reflejo, y me daba la risa). Contó también que  Robinson imitaba a Monet, y que Breck se lió con la hija de éste. Dos formas de aproximación al Mick Jagger de la pintura de la época.

Comprobamos, oh sorpresa, que los almiares que pinta Breck son casi pop, pero entonces no había un Andy Warhol para ponertes juguetonas etiquetas. Supimos que una de las mecas del París de entonces para los pintores americanos  era la Academia Julianne.

Vibra el cielo“, decía frente al Grand Prix de Hassan, o ese paisaje puede resultar “demasiado relamido”, dejaba caer frente a un cuadro de Chase. Y admiramos a Merritt, y aprendimos que Whistler fue muchos artistas en uno, además de un dandy y un provocador que sólo cerraba la boca delante de Degas y cuyos paisajes nada figurativos, poesía dulce, lo sitúan “entre Turner y Rochtko”. Y viajamos a la exposición de Chicago y a las colinas de Shinnecock y terminamos, exhaustos, frente a una bella dama con su gato, “Sita y Sarita“, obra de Cecilia Beaux. Nada conectada con todo lo anterior, pero imprescindible por magnética y porque despedía un paseo privilegiado para un martes postpuente y cargado de retos.  Antitrágico como un cuadro de impresionista. Para burgueses con buena conciencia o amantes de la pintura bien contada.