Mi querida Big-Bang:

En el principio fueron los tríos. La pirámide, el equilátero. Tuve un novio perspicaz que me decía: “las mesas de tres patas son las únicas que no cojean, porque definen un plano”. Yo, que era de letras puras, me encogía de hombros y le daba la razón pensando en altísimos zapatos de tres tacones donde poder erigirme cual drag queen aprovechando aquella superficie perfecta e inamovible. Pero el hombre se quedaba ahí. Si en algún momento trató de sugerir que nos lo montáramos con un tercero, no tuvo agallas de decírselo a la rubia, que por entonces no lo era tanto pero sí muy Mary Puri, muy de hacer manitas y de peeting sex a mucho tirar.

Tener un novio de ciencias tuvo su aquel. Tanto, que de ahí pasé in crescendo al ingeniero, y mi vida teórica viró de los triángulos a las turbinas. Algo caliente, caliente, pero que a mí me dejaba fría, fría. Cuando la vida se explica en una ecuación y se contiene en una hoja Excel deja de ser tan excitante, digo yo. No sabía entonces el romanticismo que puede encerrar el ADN visto al microscopio, o la fascinación de atrapar dos células con una pipeta e introducirlas en el núcleo de otra. Más tarde entendería que la ciencia convertida en un relato era casi tan sexy y perfecta como las mesas triangulares que, por cierto, apenas se comercializaban. ¿Lo práctico no es poético?¿lo perfecto no es rentable?

Te preguntarás por qué elegimos el amor sin tener en cuenta la teoría de las patas de la mesa. Yo aprendí la lección como aprendí de mi ingeniero que los pantanos casi siempre son embalses. Con esas dos certezas en mi vida, estaba lista para arrojarme a los brazos de J. Un hombre de letras como dios manda. Un teórico de la filosofía y el pensamiento que también me regaló una clave: “menos mechas y más Marx, monina”. Y así, de un día para otro, me vi corriendo tras los pasos del “fantasma que recorre Europa” y citando a Adorno en las comidas en las que, por cierto, las mesas tenían siempre cuatro patas que las hacían cojear.

Anoche mi chuki pequeña me planteó la gran cuestión: “Mamá, ¿cómo se llaman esos que besan a hombres y mujeres?”. Bisexuales, chitina. “Pues Sara Zambrano, Oscar Melibea y yo hemos pensado ser bisexuales”. Y yo: Pues muy bien, pero a eso se le llama técnicamente un trío. “¿Y mola?”, quiere saber la enana. Y yo, que a madre moderna y actual no me gana nadie, incluso siendo de letras, le dije: “Molar no sé si mola, pero te aseguro que no cojea”.

Los tres Mosqueteros, Heidi, Pedro y Clarita (la coja), Luke Skywalter, la princesa Leia y Han Solo, el padre, el hijo y el espíritu santo, los hermanos Calatrava, Bush, Aznar y Tony Blair,Tricicle, las gracias de Rubens… La historia está llena de tríos exitosos y a nosotros nos han vendido que hay que ir en pareja al paraíso. Creo que es urgente revisar las teorías del amor. Y, sobre todo, cambiar a tres las cuatro patas de la mesa o seguirá cayéndose el café por los bordes cada mañana.

Sobre los pantanos y los embalses ya te hablaré otro día…