Lo mejor de la Nochebuena es haber llegado hasta aquí. Los hitos en el calendario se inventaron para ir poniendo cruces y ser conscientes del paso implacable del tiempo. Una Nochebuena más y pronóstico reservado tirando a optimista. La lubina lista para ser achicharrada en el horno, el champán en la nevera. Y una colección de conversaciones y wasaps como bengalas que iluminan más que las estrellas marchitas de mi árbol:

-“Yo ya no disparo, hija. Salgo de caza y me siento en mi puesto con el perro al lado. Él me da calor a mí y yo le doy calor a él“. Puedo imaginar la escena y me provoca una oleada de ternura. Un hombre, un paisaje, una pasión que ya no es. Frío y esa luz azulada del alba que rompen tres hombres con sus escopetas. El crujir de las ramas bajo las pisadas de las botas, el vaho de la respiración. Delibes con mucho menos escribía una historia. Yo sólo me alegro de tener a mi padre en casa y poder disfrutarlo como un regalo que llegó puntual y sonriente, me hizo la cena -a mí se he había quemado la mía, calcinado para ser exactos- y pusimos una peli de espías de John Le Carrè ininteligible. “No me entero de nada, papi”. “Es que Le Carrè es muy rebuscado”. “Debe ser eso, sí…”. El agente Smiley tendrá que esperar.

La novela, según Delibes

-“Este año va a ser mejor, ya verás“. Mi amigo B. es el hombre más catalán, curioso y desorientado que conozco. Eso nos une mucho. También el amor al arte. Me manda cariño telefónico y me confiesa que vino a Madrid por trabajo y se escapó al museo Thyssen sólo para ver un cuadro de la colección permanente. “Lo descubrí hace tiempo y me llamó la atención porque se parecía a los que pintaba mi padre. Los mismos tonos, la naturaleza tan familiar…Desconocía al autor pero al mirar el cartelito vi que también era Mallorca”. Otro hombre, otro paisaje, otra pasión. Otro padre. (Mi amigo B., además de cálido y desorientado, es uno de los hombres más brillantes, optimistas y creativos que conozco. Una conversación con él es una puerta que se abre, y luego otra y así hasta el infinito).

-“Nosotras vamos a cenar solas, ella y yo. Lo preferimos así porque este año estamos bien“. Mi amiga L. sabe que una cena a dos sólo es una fiesta si hay armonía. Y llegar ahí le ha costado mucho esfuerzo, toneladas de desaliento y ganas de escapar con su cuerpo menudo, tónico y exhausto. Así que  sentarse a la mesa con su hija adolescente tardía y sentir que por fin se ha enterrado el hacha de guerra es una fiesta. Con dos invitadas,  las imprescindibles. Y una conversación por hilvanar que es un villancico y sabe a muérdago.

-“Ya no estoy agotado, gracias a ti“, escribe D.. Los mejores regalos son gratis. Conviene recibirlos como tales. Conviene guardarlos bien en el armario y sacarlos de cuando en cuando para que no se nos olviden.  La gratitud no debe ser sobreentendida. Dejarse ayudar es un regalo mayor para el que ayuda. Dejarse querer, para el que quiere.

Feliz Nochebuena llena de padres reencontrados, amigos brillantes, íntimos y generosos, besos a destajo, adolescentes apaciguados, cenas a dos, películas ininteligibles y paseos con frío y del brazo. Que no falten un hombre, una mujer, una pasión y un paisaje. Gratis total. Como las mejores cosas de la vida.