Albert Rivera,Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, debate ayer

Lo último que leí anoche,  justo antes de escuchar a medias el debate entre Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera, fue un viejo subrayado: “Puede que las historias que nos contamos sobre nosotros mismos no sean verdad, pero son lo único que tenemos”. Y un poco después: “Intento negociar alguna clase de biografía para mí mismo”.

Ayer mismo alguien me había confesado entre sollozos que creía estar loco, que a veces ríe y de pronto se queda con la mirada perdida y se siente vacío, hueco. Como si no se perteneciera, como si la única entidad que no se volatizara fuera la tristeza, huidas ya sus piernas y sus manos. Como si ningún gesto reflejara de verdad su sentimiento áspero y a la fuga. Todo muy inconcreto, porque poner palabras a la desazón es un destino incógnito. Pesar adolescente.

Después, tres hombres fingieron estar sobradamente convencidos de sus certezas. Se llamaban de tú. Pablo, Pedro, Albert. Buscaban con vehemencia de guerrero fogoso e impaciente una historia propia para zaherir al contrario. Tres púgiles jóvenes, aún frescos -no toros toreados- en busca de su primer presa de sangre. Negociando alguna clase de biografía que llevarse a la boca, como mi amor Coetzee en el diván. La opción de los vapuleados, la de los prácticos, la de los románticos de unas siglas de larga trayectoria. Tuve que combatir más contra el escepticismo que contra el sueño. Elegí una tercera vía, medio capítulo de serie reencontrada que no me logró evadir de porculeros augurios tenebrosos.

Me estoy volviendo intolerante al guión preescrito, me parece. A las citas que ya sé. Me refugio en una pila de hombres que escriben y me obligan a pensar. A someterme a un vacío insoportable para matar lugares comunes y construir de nuevo. Detesto las conversaciones que empiezan y terminan según guión previsto, así que a ratos callo. Se lo decía ayer a mi M.J, en nuestro paseo de vuelta a casa tras saludarme ella con sus frases: “No pienso decidir qué haré en Nochebuena hasta que no visite al dermatólogo”. Carcajadas. Otra me hubiera hablado de menús y familia blablabla. Mi amiga suele saltar con pértiga esos pormenores de los que también tratamos, desde luego, y te regala un disparate que siempre tiene sentido. Y apretamos el paso, sin dejar de fijarnos de reojo en los escaparates de Loro Piana, de Hugo Boss, de Chanel. La lujosa rivera derecha de Ortega y Gasset es nuestra senda, ella a menudo en chándal, tan divina, yo desprendida ya de mis tacones, volando en mis Nike fosforitas con falda de un sport dislocado e innegociable.

Amigos

-¿A ti no te pasa que hay grupos con los que terminas hablando siempre de lo mismo?
-A mí me pasa que con algunos grupos de amigas me callo algunos temas, siempre los mismos.
-Uno no es completamente libre con cualquiera. Se puede querer mucho a quien no te aporta gran cosa, salvo el cariño.
-No es poca cosa el cariño.
-No lo es, ciertamente.

Construir una biografía de quién somos y qué buscamos. O de la moto que queremos vender, a veces a nosotros mismos. Las frases repetidas siempre dan una pista. Somos lo que contamos detrás de un atril imaginario con un público a veces complaciente, a ratos despiadado que es el Yo.  Algunos convierten la función teatral en un trabajo, y se encuentran tan guapos y tan listos, y arrastran a las masas. Y como masa (crítica) uno se pregunta: ¿se creerán Pablito, Pedrito y Albertito lo que cuentan? ¿Tendrán un relato propio, descarnado, cuando lleguen a casa con los suyos, tan jóvenes castores? ¿Harán el ejercicio de limpiar de rellenos los discursos, de someterse a ese vacío, de reconocer su verdad y su miseria? ¿Tendrán algún amigo que los recoja en la oficina y les regale un combinado de dermatología y Navidad, como si cualquier cosa? ¿Se acostarían ayer cachondos de sí mismos, después de haber soltado su lección como alumnos de reválida aplicados?

Hay biografías que no cuelan aunque se hayan vivido. Hay personas que viven de las vidas de otros: el marido, los hijos, las rutinas. Debo revisar mi propio relato, pensé esta noche mientras rezaba a quien pudiera escucharme por mi confidente que cree estar loco cuando en realidad sólo es un ser dispuesto a mirar el charco a sus pies, huesudos, fríos,  en lugar de fingir que lleva botas de estreno. Y esa confianza extrema, que agradezco, me ha hecho abrir una veta con él que me pilla sin armas, tan desnudos los dos. Y he tejido en sueños un jersey para abrigarlo, no se me ocurre más por el momento.

Vuelvo a Coetzee: “De hecho, yo me pregunto si “someterse a terapia” es una buena forma de describrir lo que la gente hace en la vida real. Lo que a mí me parece que sucede es que sentimos una necesidad más o menos perentoria de hablar con alguien, pero no con cualquiera, sino con la persona “adecuada”.