A veces hay que reconocer la derrota. El acto, en sí mismo, te permite descansar. Esto vale igual para unas elecciones, un desamor o una noche de insomnio.

Es decir, que el líder que no reconoce que ha perdido no apaga el motor y sigue al ralentí quemando sueños mientras brinda a su público el espectáculo más grotesco. El amante no correspondido que persevera termina convirtiéndose en un remedo de la loca del torreón de Jane Eyre. Y el insomne que maldice el lento paso de las horas hasta la salida del rey sol está condenado a caminar como un zombie cojitranco y a apestar al respetable con su saco de pensamientos endebles y deshilachados.

¿En qué se parecen Artur Más, la loca de Jane Eyre y un muerto en vida? podría haber sido la pregunta.

-Pues que que ninguno de los tres ha entendido nada.

Abandonarse a la suerte es heróico. Pero no lo parece.

Supón que pasas una noche al bies, crucificado en tu cama, esperando la llegada de ese sopor que hace que las voces de la tertulia radiofónica empiecen a ser susurros ininteligibles. Sólo entonces, lo sabes, debes alargar el brazo para darle al interruptor del Off, pero has de hacerlo con suma delicadeza porque cualquier movimiento brusco en ese momento será un golpe de corneta para el cerebro insomne que te gobierna.

Ese instante en que la leche que dejaste en el fuego rompe a hervir y se desborda. Dormir para los débiles de costumbre es retirar el cazo justo antes de su ebullición.

Jane Eyre

Son las dos de la mañana. Es obvio que la leche se desbordó. Piensas en que tienes mucha suerte de ser insomne sin causa. A tu alrededor hay demasiadas personas con poderosas razones para la vigilia.  Piensas en S. , a quien le ha llegado un aviso que la pone de patitas en la calle, a ella y a su hijo adolescente,  y además va a perder su trabajo. Si te quitan tu techo y tu sustento sólo te queda tu corazón. Y tu coraje. Algo de lo que mi querida S. va sobrada.Pero, ¿es suficiente?.

Tres de la mañana. Ya queda menos. Rebobinas la conversación de hora y media con tu amigo R. Ha saltado, como suele, de la política a los libros, del trabajo al corazón. “Las mujeres que conozco últimemente van demasiado deprisa. A la segunda cita ya me hablan como al padre de sus futuros hijos, y eso me agobia”. “Nene, las treintañeras tardías comienzan a escuchar el tictac de sus relojes biológicos. Cambia de generación y no te pasará”. Y luego le muestras por teléfono la radiografía de tu fragilidad y te dice que saldrá corriendo a abrazarte largo. Calzarse las botas de siete leguas y ya está.

Cuatro de la mañana. La cama está como el un ring de combate de dos púgiles borrachos. Te duele la cabeza pero levantarte, lo sabes, es espabilar un poco más. El frío de la casa de madrugada, los treinta pasos hasta la cocina, la necesidad de prender la luz para buscar el Paracetamol en el desdordenado botiquín… Demasiado tarde para plantearse cualquier otra pastilla.

Y entonces la oyes, al otro lado del tabique. Esa mujer de voz desfallecidente que llama a la hija. Ella no es insomne, pero tiene Alzheimer. Y se desorienta, y se viste y se empeña en salir a la calle de madrugada. “Carmeeeeeeennnnnn”, grita una, dos, tres veces. Y te imaginas a la otra, que por lo que tarda debe dormir a pierna suelta, maldiciendo  su suerte mientras llega a la habitación. “No, mamá, no te pongas ahora la falda. Espera un rato y luego nos vamos a la calle…Mira, es de noche”. Y afuera su tendedero lleno de fajas marrón clarito y bragas enormes de las que albergan un pañal. Y un aire del demonio que agita las cuerdas como agita las neuronas cansadas. Agotadas

Cinco de la mañana. Sientes el olor de la victoria. Las cinco tienen algo salvífico. Ha pasado lo peor, las horas lentas. Ahora sí que te abandonas. Postura de cúbito supino. El cazo de la leche que empieza a calentarse. Triclorofeniltriclorodetano. Crema Monticcello. Carrrmeeeeeennnn.

Y entonces te duermes. Apenas hora y media. Lo que tarda la loca del Torreón en entrar en tu cuarto y destrozar a girones tu vestido de novia.

El despertador es la señora Rochester. Odiosa. Enferma como una de esas mujeres histéricas de Paula Rego.