“No creo en la obra casual por muy buen éxito que pueda obtener. Estamos aquí para realizar una obra exigida por nuestras más profundas esencias y experiencias. El hecho de que no podamos llegar a realizarla no impide que la “veamos” desde lejos“. Ignacio Aldecoa, entrevista sin fechar. Fragmento de “Cuentos” (Ed.Cátedra).

Las mejores conversaciones las tengo con fantasmas . No, no es eso exactamente. Pero Aldecoa me interpela con su prosa de alto contenido proteico esta mañana de lluvia mansa alcarreña que ha seguido a una noche inolvidable al raso, bajo el manto protector de un firmamento cuajado de puntos brillantes que mi hija -la Artista antes llamada Minichuki, nuestro dulce Bronte y yo- atisbamos amontonados sobre el colchón de mi cama arrastrado a la azotea, Coldplay y Billie Eilish de fondo y la sensación de suave derrota que deja la caída de la tarde en los corazones secos de muchos meses de agua desbocada.

A las 6.15 de la mañana nos despertó una gota tibia sobre la mejilla, y luego fueron dos, y de un salto perro, hija y madre desmontamos el campamento y seguimos de vivac en el interior, entre risas somnolientas. Luego han venido un paseo con paraguas, el olor amable y fértil de la tierra húmeda, polvo amaestrado por la humedad, tan reconocible y único, y la lectura de Ignacio Aldecoa.

Vivac doméstico

“Estamos aquí para realizar nuestras mas profundas esencias y experiencias”. Totally agree! Las vemos desde lejos, aunque a ratos nos ponemos las manos en la cara como chiquillos en el cine de terror para que duela menos la evidencia de que el coco está ahí, no se ha movido. Y ahora sale el Sol, desafiante entre el cielo plomo y Bronte se encarama en la ventana olisqueando un arcoíris invisible.

Mi hija duerme. Bendita placidez por tan escasa. Escucho a James Rhodes perpetrar cual dios el Adagio del concerto nº3 en D Menor BWV 974 de Bach. Me importa un pito qué vendrá después, dentro de un rato, en un año, el día que me muera. Que la furgoneta del pan avise con su cláxon desde el callejón de Los Toreros y no llegue a tiempo de adecentarme para hacer cola, el guirigay de los vecinos y vecinas de pueblo alegrando la espera. Quiero congelar este instante plácido, nutritivo, para cuando no haya y tengamos que vivir de lo guardado en la nevera de los recuerdos. Para no poner un titular funesto al año que vivimos, sino un mantel con unas hortensias frescas, cogidas de un jardín astur y diminutos platos de delicias que fueron y nos ayudaron a levantarnos estos meses que el dios de las tormentas ha arrasado con su mano de hierro, de sangre y de venganza.

Escribo ahora al son de Lang Lang, me acabo de dar cuenta. Y luego de Glenn Gould. El aire ayer, paseo con mi hermano y mi cuñada, olía a higuera y a cereal recién guillotinado por las máquinas (mi hermano dice que cada vez oye peor, pero su olfato es un prodigio y también su toque para la cocina. El arroz al señoret que hizo nos sumió en un éxtasis tal que a algunos triptieron. Yo aporté un alioli modesto y contumaz que decidió quedarse a vivir en nuestras almas hasta bien entrada la noche. Labios que no besan, corazón que no rechaza, dijo yo.

Veo lo que susurra Aldecoa, nunca he dejado de verlo. Ahí está, esperando tranquilo entre el camino polvoriento de nogales y olivos de este rincón adusto que me acoge y regala espectáculos como el de anoche, para guardar en uno de esos tupper de madre congelados e ir tirando en los tiempos de hambre y desconsuelo. Mientras rezo para que un día esas gotas salvíficas de ayer se lleven de regreso su implacable devastación para siempre.

chill out Alcarria

“Un mundo amargo no tiene por qué ser opresivo. Un mundo puede ser dulce y opresivo o amargo y libre. La fatalidad gravita sobre el hombre y el hombre es libre de aceptarla o no aceptarla, de aquí su agonismo”. (Ignacio Aldecoa, 1960)