Mi querida Big Bang. Soy un agujero negro. Desconozco si Stephen Hawking me admitiría como tal, pero lo que diga un tubarral ambulante en silla de ruedas me la refanfinfla. Más si se ayuda de una ecuación. Desconfío de los hombres que se explican con ecuaciones. Más aún si van en silla de ruedas. Soy un agujero negro, una masa resultado de una gran explosión que ha dejado mis vísceras flotando a cámara lenta, como los hombrecillos esos del Apolo nosecuántos en la nave cuando la fuerza de la gravedad se dio el piro. Soy un agujero negro y cuando se lo conté a mi amiga G. me reconvino: “Cuidadín con lo que dices, que suena a título de peli porno”. Agujero es un término inconveniente, parece, salvo que te llames Lucía Lapiedra y vivas de ello. Lo incorporo en mi diccionario de incorreción porno-política y tiro millas. Bien, la cosa es que desde que mis vísceras flotan hago cosas extrañas. Ayer me di un atracón de la serie “Sensación de vivir”. Un hit parade de los noventa de alto valor sociológico. Ellos iban peinados como Elvis y ellas llevaban los vaqueros a la altura del sujetador. Llegaban a la playa, bebían líquidos rosas con pajita y se besaban sin lengua. Todo super naif. Yo miraba la pantalla en estado hipnótico, jurando por el Vogue que nunca, nunca, llevé unos looks así en el pasado ni me besaron jovencitos de raza aria con banda sonora de los Beach Boys. Pero al primer capítulo siguió el segundo, y el tercero…y cuando me quise dar cuenta eran las 22h y mi cuerpo flotaba según las leyes de la desidia, una fuerza de la que el señor Hawking ignora su existencia. Houston, tenemos un problema!!!!