África, ayer

Tengo que confesarlo. Estoy respondiendo a felicitaciones de Navidad sin saber quién es el remitente. Al principio me inquietaba, pero ahora creo que en el fondo no importa, es mucho mejor así. Empecé preguntando, con delicadeza para no herir sentimientos: “Disculpa pero mi móvil me odia y no reconoce quién eres”. Ahora trato de averiguar la identidad de mi amigo invisible según el estilo literario, la cantidad de errores (los inquietos la piciamos más con la escritura intuitiva) o la selección de emoticonos. También por la terminación del número, pero me lío, lo que no impide que arriesgue y responda con un margen de error de 90%.

Tener demasiadas certezas es un rollo. Como escribió mi poetisa W.S (gracias M. por recordarme el discurso que pedía ayer. Los mejores regalos de la vida son gratis):

 “La inspiración, sea lo que sea, nace de un constante “no sé”.

No sé quién eres. Incluso respondí a alguien que tenía bloqueado, y se pensó que había caído el Muro de Berlín. Otra vez. Tuve que ponerme manos a la obra con ladrillos y cemento. Una trabajera.

Ahora escribe alguien -con nombre, qué alivio- su carta a los Reyes Magos: “Esta año quiero un buen estuche de cápsulas Nespresso, pues llevo un año con las de Mercadona y no son lo mismo”. No, no son lo mismo. Espero que tus deseos se cumplan, porque son de corto alcance y fácil satisfacción.

Mi deseo recurrente es conducir sin estrés. Ayer se cumplió, de vuelta de África. Con un Réquiem magnífico que estaba destinado a las exequias de un rey y nos resucitó en un lugar perdido. Siempre que veía el anuncio de BMW con su claim “¿te gusta conducir?” yo respondía “No”. Con cierto pesar irremediable. Ayer hubiera seguido hasta Nicosia, con barco incluido y alumbrada por ese sol naranja que se resistía a morir, cuesta de los almendros. (Gracias J.)

Querido amigo invisible, escribo, y suelto una selección de títulos del mismo autor a los que añado los diarios de Amiel. Mi hermano, que es un cachondo (identificado), responde: ¿Pero no querías todas las películas de Torrente?. Mi cuñada manda fotos de sus peticiones. Un bolso y un aparato de aspecto sospechosamente fálico con un cartel minúsculo que reza: “entregar en 48 horas”. Sí que tiene prisa, sí…

Hay otro hermano que se debate entre un huerto urbano y libros de Borges, a lo que el tercero comenta: “Especifica Borges porque lo mismo te caen 50 euros de frutos secos y ciruelas para la descomposición”.

Y luego está mi cuñado, que juraría que siempre pide lo mismo: “una raqueta de pádel”. Y se encuentra su merecido: “Rompes más palas que Facundo el jardinero”.

Anotación necesaria: Facundo era un jardinero taciturno y vago que hacía paradas continuas en sus labores para almorzar. Longaniza, pan que cortaba con su navajeta y un buen tiento de vino en bota. Entendimos por qué las arizónicas nunca estaban cortadas en línea recta. Llegamos a considerar normal que el anciano -enjuto como el Piyayo, “un viejecillo renegro, reseco y chicuelo; la mirada de gallo pendenciero y hocico de raposo tiñoso”- se echara la siesta en el jardín, bajo una encina, con la boca semiabierta del sueño profundo que es hermano de la muerte.

Recibo otra felicitación en chino mandarín. Respondo que por favor la traduzca al sánscrito. Responde él con una foto autorretrato titulada “Star Wars crazyness”. No le reconozco, aunque tengo mis sospechas, caballero Jedy. Mejor así. La vida sin incógnitas carece de emoción, y para 2016 me he pedido una entrada en la atracción más salvaje del planeta. Eso, y mi casa con patio.

Más de lo mismo: C. nos escribe a las amigas: “Acabo de ver “El despertar de la fuerza”. Llorando desde que sale Han Solo. Tengo el corazón a mil versiones todavía”. Nos reímos en bloque. Ella corrige: “Revoluciones”. Bendita sea la mitomanía a los 50.