Ando removida por un libro que no es lo que parece.

Ya lo mencioné un día, pero ahora estoy a punto de rematarlo y no quiero que se acabe. Desconocía a su autora, Irene Vilar, portorriqueña (y nieta de Lolita Lebrón, una figura del nacionalismo de ese país que ama mi mejor amiga), y jamás lo hubiera leído porque es la autobiografia de una adicta al aborto. O así lo vende ella misma a lo largo de un relato demoledor donde las quince interrupciones voluntarias del embarazo en dicecisiete años son como hitos siniestros en una carretera con curvas, precipicios y mucha desolación.

Mi cuerpo, yo misma, mi cuerpo, mi castigo, mi odio”

No, nunca lo hubiera leído. En mi adolescencia se pusieron de moda los libros testionio con títulos tan disuasorios como “Yo, Cristina F” (o algo así). Era literatura basura (como los bonos españoles esta mañana) y explotaban sin pudor lo peor de las emociones. Había sexo, lágrimas, drogas y hombres abusadores que destrozaban la autoestima de la protagonista, y propiciaban conversaciones en el patio del colegio de monjas donde pasaban de mano en mano casi a escondidas, como las revistas porno que nunca vimos.

Irene Vilar

En “Maternidad Imposible” hay sexo (pero como de pasada, y sin atisbo de placer), hay drogas (dos hermanos de la autora fueron yonquis), y hay un hombre -un profesor mayor que ella, narcisista e implacable, que contribuye a destrozarle el frágil andamio emocional con el que sale al mundo. Así que admitamos que están los ingredientes para enganchar a adolescentes con hambre de morbo y secretos sórdidos de adulto. Sin embargo, se mezclan y se explican con un fin ulterior, con una precisión tan quirúrgica, sin perder un segundo el ritmo, el aliento y eliminando cualquier atisbo de gratuidad que haga sospechar de las intenciones de la autora, que al fin, si te preguntan qué has leído, no dirías solo “la historia de una abortista múltiple”, sino “la historia de una superviviente de la dependencia emocional. De una mujer salvada por la escritura. Una radiografía de la familia y su poder destructivo y salvífico. Un relato psicológico tan rico y tan demoledor que no da tregua y te asfixia y te hace desear la salvación, la redención final, la luz al final del túnel.

Confesaré que no pude contener las lágrimas al llegar a la página 209. Y no hablaba de su enésimo viaje a la clínica para quitarse de dentro aquello con lo que Irene trataba de llenar su vacío. Era una conversación con su padre. El momento de la verdad donde ella le desvela su vida. Han estado separados muchos años, ella en EEUU y él en Puerto Rico.  Irene acaba de abortar allí y esta vez las cosas han ido peor. Hay una infección. Cuando su padre la recoge, hablan al fin y es  una catarsis por donde sale todo el dolor, desde su origen.

En respuesta a mi larga confesión, mi padre tomó el periódico del tablero del coche y lo abrió en la sección de deportes (…) Luego abrió los ojos y los clavó en los míos con tanta claridad y compasión que supe de inmediato que lo había visto todo… “¿Cómo es posible que mi hija haya sufrido tanto? ¿dónde demonios estaba yo?”

Lo dejo, porque me temo que yo misma estoy siendo disuasoria. Este libro provoca rechazo, me consta. Las mujeres que se acercaban a la caseta de Lengua de Trapo, la editorial, y cogían el libro, reaccionaban con un ligero sobresalto y volvían a dejarlo en su sitio. Este libro provoca calambres, provoca vértigo, te hace pensar en las relaciones tóxicas, en el dolor que a veces nos hacemos sólo para sentir algo, en la necesidad perentoria de perdonar para superar los dolores de la infancia.

Y en la literatura como tabla de salvación.

PD. Pensándolo bien, este libro habla del vacío. Ese precipicio…