Hoy un rapero me susurró el despertar con una frase dulce: “Me gusta tratar a las palabras como se merecen”. El contraste entre el betún urbano de un artista de calle próximo al género reivindicativo y la delicadeza de su proclama me seduce de pronto y apunto su nombre: Nach. Alicantino y aparentemente desprovisto de la insolencia de los suyos. Nach es un poeta y a los poetas conviene escucharlos cuando el tráfico se detiene y la ciudad relaja su perfil más arisco.

Ayer me contaba M. que la editorial más prestigiosa de poesía carece de corrector. A alguien se le olvidó un acento en un verso y provocó un cataclismo por no tratar a las palabras como se merecían. Con esa mezcla de pulcritud y refinamiento que convierten una frase en arte puro.

Muerto el corrector, se acabó la rabia (y empezaron los tiempos del cólera, cadáveres flotando a la deriva. Pestilencia).

Un acento en un poema -asonante o consonante- es una catapulta de ese himno que acunan los que disparan letras y no esconden la mano. Que una editorial prescinda de su corrector es tan dramático como desenchufarle la máquina a un hombre en coma que sin embargo muestra alguna actividad cerebral, algún latido.

Nach

Los políticos, que suelen desdeñar la poesía, prefieren sustituir palabras con intenciones aviesas. A partir de ya los “imputados” se llamarán “investigados”. Un término mucho más limpio y desculpabilizador -dónde va a parar- que, sin embargo, me asusta. Como llamar homicida a un asesino.

(Un eufemismo es una mano de hierro con guante de seda. Te estrangula igual, pero tú ni te enteras).

Y luego están los políticos poetas. Hace unos días asistí a la presentación del libro de Borja Sémper, líder del PP guipuzcoano, “Maldito (des) amor” (Lapsus Calami). Me pareció un valiente, un Nach que pide la voz y la palabra por las noches, reclama su pureza y de día se revuelca en eso tan prosaico y correoso que paga sus facturas.

Maldito (Des) Amor

Apenas había leído algún poema y hoy, de madrugada, rescaté el libro del naufragio de mi mesilla de noche. Me pareció fresco, irónico, audaz. No importaban la calidad de sus rimas, los lugares a veces comunes del desamor que frecuenta. El tono adolescente que se nos pone a ratos cuando tratamos de domesticar el sentimiento caníbal del desamor. Subrayé lo mejor, a mi torpe entender, que son las salidas de cada poema. Entrecortadamente. Riéndose de sí, riéndose de ella. Carcajadas salvajes, lágrimas como lluvia ácida que horadan el suelo y queman el colchón.

“Lo veo venir,
un día de estos me vuelvo loco
y te digo que te quiero,
así, sin avisar.
Y a ver qué pasa”

Ayer alguien cantaba malos tiempos para la lírica. Yo diría que no. Que siempre habrá poetas, militantes que salen a la guerra aun sin corrector. Que alumbrarán malos versos, endiablados dodecasílabos o trovas que nadie va a glosar. Que encontrar una frase, apenas diez palabras que te exciten los jugos se parece a una fiesta. Que el tiempo de los cobardes ya pasó. Que tocan las trompetas y hay quien les pone rima e inmola su dolor.

“Y no quiero perderte por una indigestión de nosotros“. (Gracias, Borja)

P.P. Alguien me dijo: “No te acompaño a la presentación del libro, no sea que alguien piense que yo soy del P.P. “Los poetas no tienen siglas, querida amiga”. Debí decirle.