Mi querida Big-Bang:

Hay frases que nos salvan y frases que nos condenan. “Que sepas que hasta que cumplas 18 años puedo obligarte a creer en Dios” es una de ellas. Se la han dicho a una adolescente que sólo necesita  una orden o una prohibición para que sus circuitos hormonales se electrocuten. La pobre no es que busque a dios, es que bastante tiene con buscarse a sí misma. Detectar qué le gusta, qué chico la besará primero y cuál será la banda sonora de sus escarceos de habitación. Pero su padre, desesperado de impotencia, quiere obligarla a creer.

Cuando yo era adolescente nos decían que la fe era un don. O has sido agraciada, o no. Como la muñeca chochona de las ferias de pueblo. Por tanto, era inútil cultivar un huerto sin matojos. Aún así tú te concentrabas en recibir señales del más allá, afinando el oído. Y los domingos había que ir a misa y si no comulgabas tu madre hacía una mueca. Pero obligarte a creer en dios como a comerte la sopa es inaudito y la mejor campaña contra la iglesia que se haya podido imaginar.

A Dios le falta un buen equipo electoral. Eso es lo que creo. Unas mentes claras capaces de gestar un eslogan ganador del tipo “Yes, we can”. Un estilismo más acorde con los tiempos. Una música menos celestial y toneladas de tolerancia y compasión. Le sobra oropel en las iglesias, hilos de oro en las casullas y meapilismo de viuda en los reclinatorios. Pero sobre todo, una cura de humildad. Creo que hay pocas instituciones que prediquen tanto el perdón y lo practiquen tan poco. Anda que no les costó el mea culpa por los abusos a menores, y cuando lo hizo fue un tanto soft: “no siempre hemos reaccionado con prontitud y eficacia”. Por no hablar de los 359 años que invirtieron antes de disculparse con el pobre Galileo. Un sindiós.

Si la adolescente se topara con El Pájaro Espino, aquel cura atormentado por el amor carnal, macizorro y proclive a la tentación encarnado por un Richard Chamberlain, otro gallo cantaría. También con un padre Karras, el espantador de demonios de El Exorcista. Héroes de real life con alzacuellos que lo mismo valen para un revolcón que para una sesión de espiritismo. Pero no, su caldo de cultivo son señores estirados que proclaman la fe como una carrera de obstáculos donde tropezar con la sotana es un bonus. Donde dios es un tipo al que hay que agradecer la muerte de un ser querido. Con la promesa de un más allá del que no hay una sola prueba y de un cielo vacío de otra cosa que no sean aves, nubarrones y aviones a los que me subo aterrada por si me cruzo con mis muertos.

Así que la adolescente ha hecho sus deberes. No piensa creer en dios como no piensa recoger del suelo sus bragas por las mañanas, aunque su madre se lo repita a diario. O precisamente por eso. La obediencia es una especie en vías de extinción, y un elemento sospechoso en los teenagers, programados para la rebelión como paso imprescindible hacia la edad adulta.

Así que por el momento le digo a su padre que se contente con que la chica crea profundamente en Lady Gaga y en la insoportable levedad de la laca de uñas que se compra a hurtadillas en los chinos.

Y lo que dios ha unido, que no lo separen los padres bobos.