Glenn Gould
“Bueno,
no me gustan las etiquetas y las listas, y ésta, como la mayoría,
está llena de agujeros, jorobas y medias verdades. (El lector está
invitado a presentar la suya; no envíen etiquetas, todas las
propuestas serán juzgadas por la pulcritud, caligrafía y
universalidad de su aspecto)”

Quien
sentencia es Glenn
Gould
en sus
Escritos críticos
(de.Turner) y por su lista menudean Prokofiev, Brecht, Strauss o
Bartók. El mejor intérprete de las Variaciones
Goldberg de Bach
; el
excéntrico intérprete de piano que inspiró “ElMalogrado” deThomas Bernhart (Alfaguara),
uno de los libros que pediré a mis hijas que quemen conmigo cuando
se me olvide respirar. El volumen de Gould no es mío, pero me guarda
el aire hace unas semanas y siento su aliento sobresaltado sobre mi
frente. Sus Variaciones me han acompañado muchos años, a veces
machaconamente, con esa obstinación que es fruto del asombro del hallazgo. 

 “La
actitud multiplica”, me recuerda mi amiga N desde el wasap, ese
invento diabólico del que otra amiga, B, ha decidido borrarse
porque está harta de comunicarse como un robot: “Quien
quiera hablar conmigo que me llame por teléfono”
.
Tiene toda la razón, y seguro que comulga con Elon
Musk
, el cerebro
detrás de Tesla que
augura un tenebroso futuro para la humanidad dominado por las
inteligencias artificiales (en adelante A.I).
La
ira de Blanca, desvelaré su nombre, nada tiene que ver con el tema
del día: idos o iros.
A mí que la RAE
sea noticia y puede que trending topic me dispara las pulsaciones.
¡Aún hay futuro para la civilización, mientras llegan y no
llegan las A.I.! Cuando
yo era pequeña teníamos unos vecinos de urbanización que no eran
ni de iros ni de idos. “Veros de aquí”, gritaban a sus hijos
,
y a mis hermanos y a mí nos entraba la risa floja. Ya de mayor, la
ira me asalta tantas veces como el delirio, pero mi sueño es
pasarme de ida (ese estado contemplativo que en mi familia siempre ha
estado sospechosamente cercano a la vagancia, y que también
significa mi rebeldía a estar de vuelta, mal atávico que no
entiende de edad).

Imagino
perfectamente a Glenn
Gould
gritando “veros
de aquí” a esos groupies que lloraron su retirada de los recitales
y tuvieron que conformarse con sus grabaciones. Adiós al hombre contrahecho del
taburete  que tarareaba sus melodías mientras las
desgranaba a ritmo vertiginoso sobre su Steinway. El misterio
enalteció su leyenda:
irse para no irse
.
¿Qué dirían la RAE y Pérez-Reverteal respecto? ¿Cómo describir con un término preciso la
determinación extrema, bordando la locura, de un genio que no se
retira con Dios a un monasterio o a una cabaña de anacoreta, sino
con la Música, esa mujer desnuda que en cada movimiento le subyuga y
seduce con su cimbreo inquieto y armonioso?
Estoy
tan ida y tan radicalmente asida a la tierra fecunda de las teclas
que siento un ir y venir de notas vivaces, juguetonas, en la boca del
estómago. Llámalo planes.
Euforia contenida y placentera que burla
la letra del fracaso que no es. Ahí afuera hay un Mundo, admirado
Elon Musk, y no sólo la amenaza de esos robots que temes y que,
siento decírtelo, ya contemplaba Glenn Gould y cita en su libro,
donde también responde a la pregunta de un periodista sobre su
opinión acerca de los intérpretes de piano del momento:
“Creo
que Alfred Brendel toca los conciertos tan bien como nadie al que
haya oído nunca. Realmente no puedo imaginar una mezcla mejor de
brío y afecto”.
Brío
y afecto. Eso persigo yo, estando ida y sin ira. Y siendo martes…