Me he propuesto no hablar con nadie en todo el día. Mi plan es escapar con la bicicleta, Nina Simone a todo trapo en el coche, unos relatos de Stefan Zweig, el MAC y un cuaderno en blanco a una Siberia cercana pero con bares donde poder hacerme el vacío y someterme a un tercer grado malévolo del que no pueda escapar.

Las estrategias autojustificativas se alimentan de ruido. Aprecio la literatura que cuenta sin dejar de evocar. Sin que sobre un punto ni una coma. Con el adjetivo preciso, pocos gerundios y economía de descripciones. La poesía desnuda, alejada del singermornismo cultural que nos invade.

Creo que la única manera de escapar del mainstream es un bosque helado. Anoche lo pensaba al escuchar a Rodríguez Zapatero en su emisora amiga, que también es la mía, con un discurso en tono de “aquí tenéis mi corazón” que me produjo cierto rechazo íntimo. Su corazón debería haberlo traído el cazador de la madrastra de Blancanieves sobre un cojín de terciopelo negro. Eso o nada.

Los cadáveres que hablan demasiado pronto se traicionan a sí mismos. Ya habrá tiempo de convocarle a una buija y tal vez entonces hable de la seducción del poder, de los cantos de sirena que te convierten en el ser excitante y bello que no eres, de cómo el buenrrollismo no hace al líder. Váyase al bosque helado, señor. Ya brotarán las bayas de los árboles. Y que esos otros  que ahora mandan compongan sus propias sombras y vivan sus momentos de falsa gloria antes de venderse a precio de saldo a la despiadada posteridad.

Los bosques de invierno me ponen rabiosa y melancólica. En buena compañía dan ganas de besar. En soledad, de explorar un poco más allá de lo que marcan los límites de la prudencia. Meterse entre los árboles es salir del cordón de seguridad de tu manta y tu sofá. Desprejuiciarse tiritando. Con suerte, me dice mi querida A, aparece el caballero de la armadura y te monta a su grupa. “Con que aparezcan dos o tres pensamientos claros voy servida, chitina”, le respondo.

Aquí comienza mi ayuno de palabras. Ruego que si dejan de oírme más allá de 24 horas manden a los GEO o a Calleja a rescatar mi alma y mis zapatos. La inspiración, el aliento y un servicio de habitaciones mudo y diligente me esperan. Anoto: no olvidar los parches de la  bici.