Cuaderno de bitácora: Velada con un tipo que sólo habla de sí mismo y no hace ni una sola pregunta. El colmo de la descortesía. Me pregunto si él piensa que es un seductor y como tal despliega sus plumas yoyoístas mientras tú enmudeces y otorgas (aunque me temo que tu silencio es más entendido como admiración incontenible que como irritación in crescendo).

Con el paso del tiempo he llegado a la conclusión de que preguntar al otro es sexy. Condenadamente sexy. Y así, la otra tarde, discutíamos entre amigos qué tres preguntas le harímos a un hombre/mujer en la primera cita:

-¿Qué tal te llevas con tu madre?
-¿Cuánto pagas de móvil al mes?
-¿Qué planes tienes a corto, medio y largo plazo?

Vuelvo al principio. Algo está pasando cuando hemos convertido el monólogo en un arte social. Demasiado Club de la Comedia. Con todos mis respetos, lo encuentro muy de la primera década de este siglo. Sí, tenía cierta gracia ver a un tipo en un taburete desmadejando un guión ingenioso. Pero nos ha hecho daño. Ahora todos los tipos quieren contar lo suyo, se extienden en exceso, pierden el ritmo y, lo que es peor, no tienen ninguna gracia.

Mi amiga L. , un pibón, quedó con un analista financiero que nada más llegar le digo, señalando su bolso: “Es de Zara, de la temporada pasada”. Naturalmente a ella se le cortó el cuerpo, pues había estudiado minuciosamente su look para la ocasión. Aun así el encuentro no fue mal, y decidieron repetir. El sagaz analista se superó y le brindó un requiebro de los buenos: “Estás estupenda para tu edad”.

-¿Para mi edad? Todas las de mi edad estamos más o menos como yo (ella tiene 34) ¿Se puede saber qué edad tienes tú?
-35.
-Mentira.
-Bueno, vale, te he mentido. Tengo 25.
-¿Y fumas?
-Nooooo, ¿por?
-Porque así aún podrás crecer un poco, so enano.

Sí, tengo nostalgia de buenas maneras. Del flirteo convencional. Del ¿estudias o trabajas? de altos vuelos. Y pido perdón si me repito, pero algo está pasando y nadie lo comenta. En lugar de buscar un hombre, una mujer, que comparta, buscamos un espectador que nos ría las gracias. Una clá que apuntale nuestro ego.

Narcisismo sentimental. O sea, utilizar a un tú para crecer nuestro maltrecho yo. Alguien con paciencia de santo al que hacer la danza de los siete velos con guión onanista. Un ser tan educado que no proteste cuando el otro lleve cuarenta minutos hablando de todo lo que sabe sobre el vodka, de todo el dinero que gana con su agudeza para los negocios, de su acomodada vida de chalet adosado y porche con cerveza.

Quizás la crisis tenga un efecto perverso en la seducción. Puede que intentemos convencer al otro de que no somos unos matados, sino orgullosos supervivientes capaces de regalar los oídos de una mujer sin tenerla en cuenta en absoluto.

Un asco.