Anoche Gil de Biedma brujuleaba por Manila mirando muchachitos con inédito pudor y yo pensaba que hay, por ejemplo, dos tipos de hombre: los que ven el sombrero y los que ven la boa que se ha tragado al elefante. La diferencia no es sólo la obvia, es que los segundos a menudo y por efecto de una extraña transferencia sufren indigestiones pesadas y regurgitan ácidos, poemas, perlas negras. “Lo que es es lo que es”, dirán los del sombrero, y se irán a la cama tan anchos, las conciencias apaciguadas, la raya del pelo en su sitio.

“La literalidad, ese pecado tan francés, tan español”, escribía yo en el margen del libro biedmada perdida. De un literal hay que esperar bien poco. Como de un político en campaña. Si tuvieras que elegir entre irte a la cama con un gay brillante, preciso, delator de vilezas, tembloroso enemigo de sí mismo…Escritor. Pedazo de escritor… O quedarte a ver un espectáculo de blanqueamiento dental con proclamas blablablá para entendederas laxas, ¿qué harías? (Ponerte un pijama limpio, impoluto y bien doblado, y volver a esa ceremonia de las hojas que huelen a tinta y a selva sometida en resmas, cosida por los cantos. Ese olor lisérgico, acalorado, tan La Habana, tan Manila).

Otra cosa, ¿qué sería de un mundo gobernado por poetas… Insólitos destinos?

De acuerdo, el singermornismo no es sólo de políticos de saldo. El intelectual de saldo lo practica, el poeta se columpia en él a ratos. “No todo es blanco y negro, también hay grises”, me decías, y yo me encogía de hombros, asistiendo con poco o ningún entusiasmo. Miraba las flores de la terraza, primavera de júbilo de entonces. El canalla lo es o no lo es. El cobarde lo es o no lo es. El mentiroso no dice verdades a medias, que es como llamamos a las trolas cuando no queremos sentenciarlas y mandarlas a galeras a remar. El muerto no está medio vivo, es un fiambre yerto que a veces respira (detalle irrelevante en estos casos). Y hasta besa.

En la cama con Gil de Biedma

Nadie sobrevive sin más a Jaime Gil de Biedma,  87 páginas de pasión, anoche. Yo te invoco.

Nos acogerán las calles conocidas
y la tarde empezada, los cansados
castaños obedientes cuyas hojas
 ruedan bajo los pies del que regresa,
preceden, acompañan nuestro paso
bajo la prematura opacidad …  

El servil, es un ser-vil, apunté una vez por algún sitio. Y cosas así, breves, bobaliconas. Garabatos de mujer que ve boas tragonas por las esquinas del mundo. Y ambiciosos atragantados de ego que se suben a un atril y pecan de flatulencia verbal, ese aire denso sin enjundia. ¿Dónde está la vocación, en qué calle perdida la perdiste?, deja de sonreir como un idiota y dime de verdad lo que pretendes.

Te acuestas con un poeta, le levantas magullada. El pijama en arruga, la lluvia terca violentando el patio, los vecinos que aún duermen. No hay café, se acabó y esto es un drama literal. Muy francés, muy español. Recuerdas el arranque, tras un brillante prólogo de otro: “En el fondo del fondo, la nostalgia del orden, el deseo de simetría“. (Esos que ven las boas sueñan con ver solo sombreros, qué descanso).

El canalla es canalla, ya lo siento. ¿Cómparado con quién?. preguntarás. Comparado con nadie. Dejemos las escalas, las relatividades. Reine la poesía por un rato. Intempestivamente. Loca de duelos y ansiosa de cafeína.

El libro se titula: “Diarios. 1956-1985”. Jaime Gil de Biedma. Editorial Lumen. Compruebo que Imprescindibles, esa joya de TVE, le dedicó un programa. Aquí os queda eso.