Puticlub

-Montemos un negocio
-Sí, eso, ¡un negocio!
-Podríamos editar un disco titulado: “MÚSICA DE PUTIBLUB. Los 100 temazos para echar un polvo de pago”
-¿Qué música ponen en los puticlubs?
-Ni idea. Soy marica ¿recuerdas?

El desvelo social alumbra conversaciones y planes extravagantes que tienen una función de válvula de escape necesaria. Como las de las ollas exprés (aunque una vez mi olla saltó por los aires y dejó el techo de la cocina como un Miquel Barceló de esos que el domingo colgaban en Feriarte, la feria de las antigüedades, la restauración y el coleccionismo. Un templo de paz en medio de otras ferias simultáneas más alborotadas, como la de coches de ocasión y pisos de ocasión.

Para redondear, el Recinto ferial convocaba Biocultura, el reclamo hierbas (de eco-ocasión), así que el grueso de los que atascábamos los parking se componía de: desesperados por buscar un piso cheap&chic (pero más cheap), desesperados por cambiar de coche a un nice price, desesperados por cambiar su feng shui vital y desesperados por un chute de belleza con regreso al pasado.

Feriarte huele a trementina y a pintura de dorar marcos. Los anticuarios son personajes de novela del siglo XIX. Señores en su mayoría, trajeados en su mayoría, que hablan bajito y se calan las gafas minúsculas para mirar. Pero las apariencias engañan. “Aquí también tenemos piratas, nos comentó mi amigo A., que exhibía su propio stand de deliciosas primeras ediciones dedicadas y pintura barroca. Hay quien contamina al cliente y le dice que el Tapies del stand de al lado es mucho peor que el suyo, que no se fíe…”.

Barceló, o mi cocido en el techo de mi cocina

Yo, como no soy coleccionista, sólo me fío de lo que ven mis ojos y me produce cierto temblor en el estómago. Calentón sin orgasmo. Hay cuadros que te retienen pero jamás te los llevarías a casa.  El instinto de belleza y el de posesión son muy distintos, aunque algunos los confunden y los concatenan: “La miro, la deseo, me la llevo”. (Y si esto sucede en Feriarte siempre puedes llevarla al pabellón de los pisos de ocasión y rematar el plan, para regresar en un flamante coche de segunda mano cual honeymooners de cuarta regional).

A base de mucho mirar uno va estableciendo categorías de lo que le estremece. Y a veces consigue etiquetarlo, nombrarlo para ser invocado cuando lleguen tiempos peores. El fetichismo, tan denostado, es el afán de volver a sentir una punzada de lo que nos excitó a través de un objeto. El párrafo de un libro, las hojas que el otoño abandona caprichosamente en una acera, el acero tan frío, su olor en tu cuello.  Lo que me lleva a pensar en que habría que organizar ya mismo FETICHARTE. Feria de sensaciones de ocasión. 

Y me explico.

Hojas de otoño, ayer

Creo que la crisis de los cuarenta (y la de los cincuenta) podría tener que ver con la dificultad de sentir, de sorprenderse, de arriesgar. Conozco coetáneos que se dan por vencidos. Que están de vuelta. Que articulan discursos de presunta madurez que son de rendición. Han puesto demasiadas etiquetas y son víctimas de las palabras que escribieron. Feticharte sería su lugar. Un nicho de sobresaltos y hormigueos. De impulsos y levitaciones. El fin del conformismo y la predestinación.

En este punto me siento orgullosa de mi capacidad para imaginar negocios. Para el de los hit parade de puticlub necesito voluntarios, hombres que frecuenten esos templos donde el deseo es un billete marcado: “Te pago, me deseas. Finge que me deseas”. Para el otro, víctimas de la abulia desesperada. Se garantiza billete de ida. Deseos sin rematar, cocidos a fuego lento. Gratis total.

Lo pienso, imagino sus contornos…¿Lo ejecuto?