Mi querida Big-Bang:

Me he levantado con un síndrome postvacacional del carajo la vela. Sí, ya sé que aún estoy de vacaciones. Pero a una le gusta anticiparse a todo, igual que hace El Corte Inglés con la vuelta al cole. Están los pobres niños dando paletazos aún en la playa cuando una voz pretendidamente despreocupada y cantarina les recuerda desde la tele que empiecen a afilar los lápices y a probarse los zapatones azul marino. ¿Dónde están entonces los defensores de la infancia, eh? En la playa, naturalmente, que para eso es agosto.

Como te digo, hoy me he despertado con mentalidad de trabajadora asalariada. O sea, a las 6.45h, y mi primera gran preocupación ha sido: ¿sabré andar aún sobre mis plataformas de 16 cm? Llevo tres semanas a ras de suelo, y semejante ascenso necesita su aclimatación, igual que hace mi Jesús Calleja cuando sube al Himalaya en su “Desafío Extremo” más recurrente. Que si campo base 1, que si campo base 3. Yo siempre me pregunto quién monta los campos base ésos para que estos señoritos lleguen y se “aclimaten”. Porque a los zapadores no los sacan en faena, y apuesto a que suben del tirón, les da una lipotimia y continúan clavando piquetas con un globo por falta de oxígeno que te cagas.

Vamos por partes, que diría Jack el Destripador. Decidida a aclimatarme he salido a caminar elevando los talones 6 centímetros con alevosía, nocturnidad, mis mallas más patéticas, los pelos disparados en todas las direcciones y unas legañas como cráteres. Total, me he dicho, a esta hora sólo están despiertos la vaca Ivana, los cerdos del corralillo y, a mucho tirar, una babosa tamaño XXL con la que podría rodarse un remake de Alien con sólo darle un pisotón.

Bien, pues ha sido poner un pie en el prado y comenzar mi paseo sobre stilettos invisibles cuando ha aparecido la mujer de Mr.Shrek, mi casero, como si la avisaran. “Cuánto madrugas hoy”, me dice con aparente naturalidad, no sin antes echar un vistazo rayos-X a mi look. “Es que me estoy aclimatando”, he acertado a responder, sin bajar los talones. “Ahhh”. Y tras cercionarse de que no le iba a aportar más datos sobre mis extravagancias matutinas se ha metido en casa, para mirar a gusto detrás de las cortinas.

Claro que ésta no sabe que yo, con público, me vengo arriba. Lo doy todo. Y así he decidido pasar de un tirón del campo base-1 a la cima, emulando el salto en puntas de Billy Elliot. Una vez arriba y en precario equilibrio me he concentrado en un punto fijo, tal y como le dice la maestra esa con cara de vinagre, y ahí me quedado, impávida, con un dolor de gemelos cual si hubiera escalado el Annapurna. Diría que sólo me ha faltado el banderín de “Castilla y León” de mi Calleja para bordar la foto que mi casera me hacía desde su escondite, para chulearse de inquilina exótica con sus comadres cuando yo vuelva el lunes a la oficina, tambaleándome desde mis tacones. Socooooorrroooooooo!!!!