Mi querida Big-Bang:

La cruzada antiedad se libra en el comedor de una buena amiga. Doce a la mesa, hombres y mujeres, desconocidos entre ellos. Y esa promesa de alegría que dan el vino y la paella de marisco. A partir de los cuarenta, a las mujeres no nos gusta tanto que nos regalen flores o nos lleven a pasar la tarde con Loboutin como que nos digan urbi et orbe “¡Pero si aparentas 38!!! Es siempre mentira, claro, pero las trolas con cariño molan. Y como todas llevamos una sesuda Susan Sontag dentro, las conversaciones a la mesa con desconocidas mentirosas versan sobre la identidad del ser, los hombres, las lesiones del kamasutra y… las cremas milagro (ya, eso no es muy Sontag)

“¿Habéis oído hablar de los anzuelos del Dr. de Benito?”,  lanza una, en adelante la sacerdotisa de Mefistófeles. “El tipo te mete por la cara unos hilos como sedales de pesca acabados en unos ganchos que al llegar al pómulo tiran para arriba. Desde la cabeza puedes controlar la tensión…Una vuelta, dos…hasta que todo se alisa. Fijáos en la Preysler!!”. Estremecedor, casi prefiero ser madura que convertirme en trucha arco iris, pienso, pero le sigo el rollo porque queda mucha paella y hemos venido a jugar.

Tras confesarnos que cada vez que entra en brote depresivo acude a su cirujana estética, Mefi asegura que lleva bótox, chutes de hialurónico, unas ampollitas de efecto flash y un peeling que la desholló viva durante una semana. En su depurada técnica inspirada en Alcohólicos Anónimos o en la Cabalah de Madonna, la sacerdotisa  hacer su proselitismo entre su grupo de acólitas, que tomamos nota e intercambiamos teléfonos, fascinadas ante la posibilidad de un futuro Dorian Grey. Y así van cayendo el arroz, los langostinos y el tinto, la tarta de frutas con crema, el helado de chocolate, el champán Mumm cordon rouge y toda una explosión de calorías libres de impuestos a las que ninguna renunciamos.

A cierta edad, lo que quieres es que te quieran por tu fascinante vida interior, pero empleas una energía inusitada en adornar la fachada. La lucha es contigo misma. Ya has probado al mundo lo que eres capaz de hacer, ya sabes que el hombre de tu vida se llama Openbank, que la virtud es el vicio pintado de rosa, que llevar accesorios de los chinos es una aberración y que fingir es un arma innecesaria. Que la felicidad es una paella, los amigos, el sexo con amor (o sin él, pero menos) y un buen libro sobre una ballena que picó el anzuelo y se quedó tersa y varada.

Ser un poco Moby Dick.