El miedo me ha despertado en el interior de la conciencia de otro; el miedo y la intoxicación de las lecturas y la búsqueda“.

He decidido que “Como la sombra que se va” será mi última lectura del año, y espero ser intoxicada hasta el tuétano. Moriré a 2014 acompañada de la destreza implacable de palabra y sentimiento de Muñoz Molina, ya que no he cumplido uno de esos propósitos que soñé cuando 2013 agonizaba: volver a Lisboa.

Sin querer, todos los diciembres se cuela en nuestras mentes un afán finiquitorio. Hay que dejar la casa limpia para comenzar 2015. Un año que me cae simpático porque lo intuyo lleno de aventura y de recogimiento. Porque tendré una hija mayor de edad oficialmente que podrá conducir y sacarme de las rotondas en las que me pierdo tontamente. Porque batiré mi marca de despertares ansiosos de escritura. Porque escucharé la voz de los piratas. Porque intentaré desalojar el corazón de expectativas vanas. Porque viajaré sin luto y sin prisas, tan ligera, diré que sí a invitaciones que hoy rechazo y diré que no a la melancolía, esa extranjera incauta y sin papeles.

Me escondía de cada vida en la otra. Entre mis actos verdaderos y mis deseos o mis sueños rara vez había una conexión. (…) Si una mujer me gustaba la veía detrás de la gasa luminosa del cine. El deseo no me empujaba a la audacia sino a la parálisis”.

La novela, que abro nervisamente, con ansia de entregarme,  me invita a tener fiebre para quedarme en casa. Chupar tiza, tal vez, eso que hacíamos de pequeños para eludir las clases. La manta y el sofá, la luz que atraviesa las cortinas de lino blanco, tan ligeras, que huelen a suavizante recién puesto. Y pasarme las horas, y pasar página al libro y a mí misma. Perdonar los tropiezos, abanicar las ganas. Preparar el cuarto porque hoy vuelve mi padre y será fiesta.

Escribir la lista de propósitos 2015: Lisboa, tal vez sola o con las chukis. Roma y una tercera ciudad desconocida. Una visita guiada al gozo de saltar. Limpiar más a menudo mis zapatos. Bajarme un poco más de los tacones. Ordenar las capturas de sol de tantos días, con el móvil. Volver a dirigirme la palabra. Seguir disfrutando de tantas tonterías. Recuperar al fisio. Arreglar la bicicleta. Renovar la confianza en las promesas de las cremas aunque no me las crea. Salir a bailar muy desatada. Leer más de 10 páginas antes de que el sueño me haga suya. Comprarme una zapatillas de casa bien mullidas. Ponerle algo, un no sé qué, a esa bombilla tan desnuda. Decir que sí aunque piense que no será, dar una chance al diablillo del destino…

Leer a hombres sensibles que saben poner letras al pensamiento. Magistrales.

“Yo no había probado el bourbon igual que no había estado en Lisboa ni casi en ningún otro sitio”.